miércoles, 18 de abril de 2012

Sangre, punk y poesía


El 28 de marzo de 2012, hace aún menos de un mes, expiraba la maravillosa Adrianne Rich. Desde que supe la noticia era mi intención rendirle tributo y más en vista de que no ha tenido la repercusión que debiera tener en virtud de la magnitud de personaje, sin embargo no quería ofrecer uno de tantos (o no tantos) epitafios precipitados que se hacen a la muerte de una celebridad (Adrienne Rich lo era, indudablemente, entre aquellos colectivos que precisamente a ella le importaban) para cumplir y no parecer rezagado.
Bien, resulta obvio que si Adrienne Rich fuera un hombre habría llegado a ser más, mucho más que una venerable figura de la literatura y la filosofía underground (y es triste que feminista todavía sea, hoy día, sinónimo de underground). No vamos a hacer una interpretación unívoca o unicausal de la Historia a estas alturas; si hasta el siglo XIX apenas hemos tenido artistas mujeres no es tanto porque se haya tratado de silenciar en los textos a las artistas en ejercicio (que también) como porque de hecho no las había: la estructura socio-económica estaba predispuesta para que una mujer jamás tuviera las herramientas para llegar a convertirse en una artista o en una intelectual de cualquier tipo. Aquellas que tomaban ese camino, sin dejar de convertirse en personas respetables en círculos más bien reducidos (y siempre dentro de los límites impuestos por la condición de mujer), se quedaban al margen de la sociedad, como es el caso de Safo, con quien Adrienne Rich no deja de guardar similitudes. Lo cierto es que las cosas han cambiado, pero poco.
Hacia la segunda mitad de este siglo se fue gestando, principalmente en los países más desarrollados pero no solo, una literatura desde los llamados colectivos minoritarios, que pareció alcanzar su auge en los 60 y 70 y mantenerse con cierta buena salud, aunque decayendo, durante la primera mitad de los 80. Esta literatura era la literatura de la negritud y otra minorías raciales, del feminismo, de la homosexualidad, etc... que crecieron de la mano de otros movimientos sociales y explotaron junto a ellos y junto a ellos se fueron apagando, devorados entre otras cosas por el triunfo del capitalismo neoliberal. Estas personas, estos poetas, estos artistas, habiendo estado relegados a la marginalidad de su propio submundo durante tanto tiempo, salían ahora a la luz con un lenguaje que les era propio y algo que decir; la renovación literaria les era connatural, intrínseca, aunque actualmente parece que no se les reconozca un mérito tan importante como el de la innovación. La problemática que todos estos autores pusieron de relieve se ve hoy trasnochada, superada, innecesaria (y no se da valor a su aportación literaria más allá de su mensaje). Es curioso, porque si esto fuera así, si el compromiso feminista de las artes ya no fuese necesario, la muerte de una figura como Adrienne Rich habría tenido mucho más eco. Hoy hay muchas más artistas mujeres, eso es indudable, pero también es indudable que el lugar reservado a los hombres, independientemente de la valía de su obra frente a la de X mujer, sigue siendo privilegiado. Si Adrienne Rich, aun siendo una poeta de la minoría, de la opresión, hubiera sido hombre, también así su poesía habría tenido más eco. La mujer puede alcanzar el éxito en nuestra sociedad, qué duda cabe, sin embargo nunca tendrá tanta presencia como el hombre. Es decir, no estamos hablando de que el trabajo de una mujer artista no vaya a ser reconocido como se merece dentro de los propios círculos artísticos (aunque también es un debate que puede ponerse alegremente sobre la mesa), sino al hecho de que nunca va a trascender del modo en que lo haría si se tratara de un hombre. No se entiende, si no, que una poeta magnífica como Elizabeth Bishop sea apenas conocida fuera de sus propias fronteras o que una poeta laureada (el máximo galardón que un escritor pueda obtener en el Reino Unido en este sentido), la primera mujer en serlo, Carol Ann Duffy, que además es buenísima, no esté traducida a nuestro idioma. Baste sobre todo este último ejemplo para hacer agachar la cabeza a todos aquellos que ríen con sarcasmo cuando se habla de feminismo y afirman que eso es cosa que quedó atrás. Es más, si el primer poeta laureado declaradamente homosexual (como lo es Carol Ann Duffy) fuera hombre y no mujer su obra sería mucho más difundida de lo que lo es la de la poeta escocesa. No les quepa la menor duda, señores y señoras. Yéndonos a la propia Adrienne Rich, cabe mentar el hecho admirable de que en 1997 rechazó la National Medal for the Arts en protesta por el cinismo de las políticas de Bill Clinton, algo que parece haberse quedado en pura anécdota (hagan una búsqueda en Google de su valiente y apasionada pero certera carta abierta “Why I refused the National Medal of the Arts”, la escasez de resultados para un documento de esta categoría no puede ser más reveladora), mientras que si se hubiera tratado de un hombre, en este mundo de la publicidad, habría tenido como mínimo sus minutos de fama internacional. No hace falta contemporaneizar demasiado los primeros escritos de Adrienne Rich, pueden ser leídos y aplicados tal cual fueron escritos hace alrededor de medio siglo.
Personalmente me cuesta calibrar la influencia que tuvo en mí la antología de ensayos “Sangre, Pan y Poesía”. Uno puede estar muy al tanto de que un escritor del que ha devorado sus obras completas o casi, le ha influenciado enormemente, pero ¿cómo se puede calcular la influencia de la lectura de un único libro que permanece persistentemente en nuestra memoria para el resto de nuestra existencia? Saqué el susodicho libro por casualidad, cuando lo acababan de editar, de la Biblioteca Municipal; y me puso sobre la pista de autoras de las que no había oído hablar antes y que están desde entonces entre mis favoritas, como es precisamente el caso de Elizabeth Bishop, pero también de otras, autoras oscuras de las que solo conseguí leer a lo largo de mi vida un par de poemas, que sin embargo me causaron un impacto mayor que mil obras completas juntas. Es lo mismo que me ocurriera con Cecile Loveid, poeta noruega, de la cual pude leer un solo poema a lo largo de mis años mozos, recogido en una antología de poetas escandinavos extraído también de la Biblioteca Municipal y cuyo estilo y contenido me causó tal impacto que nunca lo he olvidado. Son influencias difíciles de medir. Si alguien te pregunta por tus mayores influencias y entre otros mencionas a una persona de la que solo has leído un poema en la vida puede resultar alucinado, sin embargo no por ello deja de ser verdad. Afortunadamente algunas de estas autoras no han permanecido en la oscuridad para siempre. Ya entonces, por ejemplo, era posible y relativamente fácil encontrar ediciones de las obras de Elizabeth Bishop. En la actualidad es sencillo encontrar en Internet poemas traducidos de la propia Adrienne Rich, si bien la mayor parte de su obra poética, de gran valía, sigue sin contar con una traducción al castellano y, tiene que afirmarse bien claro y alto, más allá de su contenido de denuncia tiene una valor literario increíblemente revelador al que cualquiera que esté aburrido del momento de manierismo que parecemos estar viviendo actualmente (seguramente en todos los campos del arte, algunos prefieren llamarlo post-modernismo para no deprimirse) debería acercarse sin dudarlo ni un momento. Esta es otra gran revelación de este libro, le pone a uno sobre la pista de cómo hacer BUENA literatura comprometida, sin acabar perdiendo el norte y escribiendo grandilocuentes poemas dedicados a Stalin como hizo el bueno de Pablo Neruda. Más allá de maniqueos debates sobre si la literatura debe expresar o no un compromiso, no cabe ninguna duda de que si todo lo que vas a aprender con la literatura es literatura se acaba generando una ruptura comunicacional entre la literatura y su usuario. La mayoría de la poesía que se escribe ahora solo le importa a los poetas (y no a todos y quizás ni siquiera a la mayoría) y no podemos contentarnos con echar balones fuera y decir que es que la gente está aborregada. La gente puede estar aborregada pero ustedes, amigos, tienen una responsabilidad, personalmente no me sentiría feliz leyendo poesía para un grupo de selectos poetas al margen del resto de la sociedad. Pero allá cada uno. Hay gente que come mierda y le gusta.
No se me ocurre nada significativo con lo que terminar este discurso. Lo frecuente sería un pésame o un lamento pero está lejos de mi intención recurrir a sentimientos escatológicos, como más o menos aclaré al inicio. Solo espero que quienes se molesten en leer este texto se molesten también en acercarse a la obra de Adrienne Rich, sea poética o ensayística, de este modo todo encajará y tendrá sentido.




















Te acaricio ahora, y sé que no nacimos mañana,
y que de algún modo tú y yo nos ayudaremos a vivir,
y en algún lugar nos ayudaremos tú y yo a morir.








- Porque ya no somos jóvenes; Adrienne Rich.








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