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viernes, 6 de octubre de 2017
un recuerdín
cuando los soviéticos se hicieron con el poder y todas las oportunidades
estaban por aprovechar, se pusieron a la cabeza de Europa en temas como
el arte, la educación, la liberación sexual, etc. artistas que no tenían ninguna
necesidad de ser arribistas, como Kandinsky, que ya ocupaba un lugar en
la historia, acudieron al lugar donde pensaron que había un campo
abierto para el arte como nunca lo había habido antes en ningún sitio:
para practicarlo, enseñarlo y universalizarlo. se trató de una
Bauhaus elevada al cubo, cuando esta ya había perdido todo su encanto
revolucionario, aunque por razones obvias (y no hablo de valor
artístico) la Bauhaus es recordada por todos y aparece en todos los
libros de historia, mientras que aquella etapa artística en la URSS
parece ser simplemente una anécdota para la historiografía generalista.
sin embargo, llegó un momento en que los artistas tuvieron que elegir
entre irse con la maleta a otra parte o dedicar su arte al folletineo y
la cartelería, frente al potencial emancipador del arte que obliga al
público a enfrentarse al arte y a sí mismo. Kandinsky estuvo entre los
que hizo la maleta. los que decidieron quedarse y aún trataron de
producir un arte significativo, a pesar de dar su apoyo político a la
URSS, tuvieron unas relaciones con el poder burocrático nunca exentas de
problemas: Malévich, Ródchenko, Mayakovski… los que se marcharon,
puesto que el rodillo burócrata no podía concebir algo así como una
crítica desde dentro, fueron tildados de artistas burgueses, y el mismo
arte que poco antes había servido a la causa pasaba a ser asimismo
pequeñoburgués, como por arte de magia. porque el disenso no solo había
de ser rebatido, sino que debía ser deslegitimado, de forma que no
quedase lugar a futuros debates, al igual que estaba ocurriendo con
otros debates en ciencia o en filosofía. las discusiones había que
zanjarlas de inmediato y la parte perdedora (que era perdedora desde el
momento en que su opinión no era la del aparato) ser acusada de
capitalista y colaboracionista. y estos breves años marcaron la relación
de soviéticos, postsoviéticos y herederos con el arte, una relación que
se extiende hasta hoy, la relación con una oportunidad perdida que se
niega. pero un artista con conciencia, al igual que un trabajador del
metal con conciencia, sabe que un burócrata chupatintas no puede ni debe
dictar sus pasos, ni tiene legitimidad para decidir si forma parte o no
de esa entelequia llamada vanguardia del proletariado.
martes, 11 de julio de 2017
yo soy la locura
Llevamos prácticamente toda nuestra vida oyendo que todo
está ya hecho en literatura, en música, en cine, en todo. Pero es mentira, y la
mayoría de las veces en que esto se dice suele tratarse de una excusa para la
propia falta de ideas o de un intento de conquista de un horizonte más en la
lucha por la imposición (o la conservación de la imposición) de la ideología
más boba de la posmodernidad: la del fin de la historia. Todo está hecho, todo
se ha acabado. Mentira mentira mentira, mentira mentira mentira mentira.
Combat Astronomy son solo un ejemplo con el que se puede refutar
muy cómodamente y sin levantarse del sofá del salón esa idea u ocurrencia, uno del
que algunes dirán que se trata de un batiburrillo posmoderno de elementos cogidos
de aquí y allá, sí señores, más o menos como lo de Strauss de a mediados del
siglo XX o lo de Homero un poco antes.
Al grano: Combat Astronomy, al menos en lo que a Symmetry Through Collapse se refiere,
podría describirse, para que el oyente en potencia se haga una idea inicial muy
básica, como un posible resultado del encuentro entre Björk y John Zorn; el
timbre de Dalila Kayros es, de hecho, prácticamente clavado al de la cantante
islandesa, aunque en las mil y una comparaciones técnico-musicales que despliega
en su texto de promoción, la discográfica ignora este hecho, se puede imaginar
que temerosa de la posible reacción del público metálico al que orienta
claramente su producto. Lo mismo podríamos decir de la etiqueta de doom, que a pesar de los trabajos
anteriores del grupo cuesta mantener, ya que lo que es en este disco: nadita,
si obviamos algún riff grave y
machacón que en realidad los acerca más a grupos como Sweep the Leg Johnny,
aunque sin las risas, o Unsane. Progresiones que no aburren; kraut; jazz de vanguardia; minimalismo sin
simplezas; percusiones de inspiración tribal; hipnotismo drone; toda clase de vientos en escalas imposibles sobre una base
de, por lo general, pesadas guitarras; disonancias y atonalidades; trémolos monotono;
konnakol; armonías corales aún
inusuales en la música popular; electrónica dosificada; arreglos ruidistas, y
una paleta cromática de cojones, entre, seguro, otras muchas cosas importantes
que olvido, se aúnan en este trabajo para dar vida a una música que puede
llevarnos a mil y una referencias, pero que es única, al tiempo que llena de
organicidad y, a pesar de lo que se pueda extraer de lo leído, tremendamente
entretenida.
Se trata de un trabajo en el que la llave maestra está en la
voz, que da sentido y unicidad al variado y complejísimo conjunto del resto de los elementos. Esto no quiere decir que esos elementos no tengan un sentido musical
y experimentador sin la presencia de la voz, ni que estén orientados al
protagonismo de la misma, sino que el trabajo vocal actúa como una suerte de
director de orquesta. Mentada está Björk, pero también podrían venir a colación
Diamanda Galas, Barbara Hannigan, Maja Ratkje, Tanya Tagak o Agata Zubel. Etc.,
supongo.
Conclusión: Sería un tópico escribir «solo para mentes
abiertas», así que digamos «solo para peña con buen gusto». En un mundo
perfecto no habría enfermedades, los fachas y los explotadores morirían al
nacer y todo el mundo tendría como mínimo la mitad de la creatividad que
rebosan los participantes de Combat Astronomy.
martes, 21 de febrero de 2017
sábado, 18 de febrero de 2017
cachete con cachete / pechito con pechito
«si me doran el palmito es feedback, si me critican es un ataque a la libertad de expresión».
—un artista con hambre
«quiero hacer cositas polémicas, pero sin que nadie me salga
a protestar».
—the artist
as a young man
jueves, 12 de enero de 2017
2017 me como un bizcocho
comienza un nuevo año y muchas cosas quedaron pendientes en este blog.
se quedaron por
terminar/publicar:
—un repaso por la
discografía de PJ Harvey que ya va con dos años de retraso. Let’s England Shake era el broche de oro
perfecto, pero entretanto ha sacado otro álbum.
—un repaso por la
discografía de Marduk que lleva escrita a medias por lo menos desde hace otros
dos años.
—un repaso al concepto/imagen
del «intelectual» y sus condiciones actuales, a su uso por el poder tanto a
través de la apropiación como del desprestigio; a la alienación de las élites
culturales con respecto de la masa a la que pretenden cambiar. pero tal
proyecto rebasaba el espacio de un blog y probablemente mis capacidades actuales
para afrontarlo seriamente.
—un escrito que iba de ThousandwillDie
a Discordance Axis, hacia atrás en el tiempo, con un batiburrillo
histórico-influencístico.
—un repaso al black metal islandés reciente.
—un repaso al black metal islandés reciente.
—una crítica de un
artículo en prensa que defendía que era muy feo reírse de las lagrimillas de un
político de la actualidad porque esto sería caer en una actitud muy fea y muy
heteropatriarcal. en el escrito defendía que no solo reírse de las lagrimillas
no es una actitud heteropatriarcal sino que, de hecho, las lagrimillas del
macho en el momento preciso son una expresión machistuna de las de toda la
vida. además hacía una serie de matices a incorrecciones histórico-culturales
contenidas en dicho artículo.
—un repaso crítico a las teorías pseudometafísicas de Braudillard sobre la guera de Irak en el contexto de la ultratelevisada batalla de Mosul.
—un repasillo a las teorías espectáculo de Byung-Chul Han, argumentando cómo lo que pueda resultar más atractivo e interesante de sus análisis es reciclado y el resto es reaccionario, en el contenido y en cuanto a su aspiración a pura filosofía de consumo.
—un repaso crítico a las teorías pseudometafísicas de Braudillard sobre la guera de Irak en el contexto de la ultratelevisada batalla de Mosul.
—un repasillo a las teorías espectáculo de Byung-Chul Han, argumentando cómo lo que pueda resultar más atractivo e interesante de sus análisis es reciclado y el resto es reaccionario, en el contenido y en cuanto a su aspiración a pura filosofía de consumo.
—un millón de libros que
me gustaría haber reseñado y tengo pendientes, algunos desde hace años. La plaza de la estrella o Nada se opone a la noche quedan como
proyectos inafrontables a medida que pasa el tiempo. son obras para meditar,
pero que hay que tener frescas para darles el repaso que se merecen. caerá la
de Cicatriz de Sara Mesa sí o sí.
—montones, millones de discos,
sobre todo aquellos que salieron este mismo año, como el Voices de Wormrot, pero no pudo ser.
casi todas estas cosas
están prácticamente hechas, pero les falta un rematillo final. probablemente de
todas ellas vivirá este blog a lo largo del próximo año. o no.
lunes, 12 de diciembre de 2016
viernes, 1 de julio de 2016
Van deer Guardia
«Where there is desire
There is gonna be a flame
Where there is a flame
Someone's bound to get burned»
There is gonna be a flame
Where there is a flame
Someone's bound to get burned»
martes, 26 de abril de 2016
todas las familias felices se parecen unas a otras
«Todas las voces de todos los cantantes son igualmente repulsivas, pero cada una es repulsiva a su modo».
—Moscú - Petushkí, Venedict Eroféiev.
—Moscú - Petushkí, Venedict Eroféiev.
lunes, 18 de abril de 2016
llegar a la meta
Filosofía inacabada de Marina Garcés.
Interesante repaso de la filosofía del
siglo XX hasta hoy y de los problemas a los que una filosofía útil (hoy por hoy
inacabada, de ahí el título) debería hacer frente.
Si uno sabe que Marina Garcés redactó una
presentación para la novela Pornoburka,
de Brigitte Vasallo —obra, esta, más bienintencionada que afortunada, por mucho
que se empeñe en otra cosa el premiocervantisco Goytisolo, y que pone de
relieve cómo hasta en el aparentemente subversivo mundo queer-performativo ya dio tiempo a que tomase posiciones un
aburguesamiento academicista que no capta, a estas alturas, la importancia de
las condiciones materiales, de tener pan en la boca, en definitiva, para la
creación de realidad, y que nos vende una serie de arquetipos lumpen
distorsionados en positivo, sin advertir ni por un minuto que todo lo que nos
está escupiendo en la cara son una serie de prejuicios elitisto-cool, los del artista al que le encanta
estar rodeado de putas y yonquis—, puede imaginarse por dónde van los tiros o
al menos algunos de los tiros.
El libro de Marina Garcés tiene la
característica de poder ser, hasta cierto punto, un manual de filosofía actual
que da inicio en el momento en que esta comienza a configurase (con Hegel,
aparentemente, aderezado con las especias de los filósofos de la sospecha,
hasta llegar a Husserl, de quien verdaderamente arranca su relato, tras un
énfasis inicial en Nietszche), pero de poder también resultar interesante al
iniciado, pues la autora no se conforma que ser historiadora de la filosofía,
sino que además hace las veces de filósofa (dos funciones, la de historiar la
filosofía y la de hacerla, casi nunca apropiadamente diferenciadas), ofreciendo
una exposición crítica y con propuestas.
Hay que tener en cuenta, no obstante, por
lo dicho sobre su cierta condición de manual de filosofía actual, que se trata
de una obra que da por dominados unos conocimientos básicos en filosofía y un
manejo de ciertos conceptos en el modo concreto en que son propios de esta disciplina,
pero si el lector, como el autor de esta crítica, es de los que piensa que no
es necesario entender absolutamente cada palabra para disfrutar de una obra de
filosofía (o de biología o de genética o sociología), entonces no habrá
problema.
El libro se divide en dos partes. En la
primera, Filosofía para un mundo común,
se trata de exponer las problemáticas a que se enfrenta o debería enfrentarse
esta filosofía inacabada que llega hasta hoy (y que, para seguir siendo
filosofía, debe seguir siendo inacabada), y dónde está el origen y formación de
dichas problemáticas. Quizá esta sea la parte en que la autora pone más de su
propio pensar y cuenca con varias ideas definidas e interesantes. Se pueden
destacar capítulos como «Europa es indefendible» o La estandarización del pensamiento,
aunque en general se trata de una lectura productiva y amena, si bien no pocas
veces cae en los enredos léxicogramaticales tan propios de cierta filosofía y
que tanto daño hacen a la tarea de popularización (por ejemplo, cuando explica
la polémica entre François Jullen y Jean François Billetes, es probable que el
lector medio pase por el párrafo pensando que no entendió nada, y que el
iniciado piense que quizá no haya más que paja en el contenido de la misma,
cuando probablemente no es así). Algunos aducirán que, por contra, se gana en
una cierta equivalencia literaria que valoriza los textos en otra dimensión más
estética que también puede ser atractiva al lector, pero esto no es cierto y el
s. XIX ya pasó y hace tiempo que la pura filigrana tampoco es un valor en
literatura pura.
La segunda parte, El siglo inacabado, es la que trata propiamente de los filósofos
contemporáneos en un orden cronológico: Nietzsche, Husserl, Heidegger,
Wittgenstein, Sartre, Merleau-Ponty, Gadamer, María Zambrano, Hannah Arendt,
Adorno, Habermas, el marxismo hasta Althusser, Antonio Negri, Foucault,
Deleuze, Derrida, Judith Butler, Vattimo y Lyotard, Popper, Rorty, Ranciére y
un último capítulo dedicado a Maurice Blanchot, Giorgio Agambéen y Jean-Luc Nancy,
aunque sobre todo al primero de los tres.
A nadie se le escapa que esta selección de
autores, frente a otra posible, está llena de significado (o que en este
relato, el destino del marxismo es ser Althusser, para desde ahí diluirse en el
curso del pensamiento). Cada una de estas lecturas es interesante y algunos de
los capítulos tienen un gran mérito, como la explicación concisa, clara y
completa de Foucault en unas tres o cuatro páginas; si alguien necesitase un
«Foucault para alumnos del instituto», este podría ser uno, lo que no es poco
mérito. Sin embargo, en otros capítulos, como los dedicados a Negri, Deleuze o
Derrida, la autora cae en los excesos literalizantes que empañan la obra de
estos filósofos, dejando, a mi parecer, entrever en la explicación lo que ellos
mismos legan en su exposición: que independientemente de la importancia de sus
aportaciones al pensamiento occidental, con las que se da por ganado su lugar
en el panteón de la filosofía (más claramente, a mi parecer, en el caso de Derrida),
nunca dieron para tantas páginas como se pretendió o como ellos mismos
pretendieron escribir, más allá, de hecho, de esas aportaciones concretas.
También es interesante la exposición sobre Butler, que sin rechazar la lectura
foucaultiana de la filósofa estadounidense, enfatiza los elementos derridianos
(o derriéicos) de su filosofar, lo que no deja de ser inusual, al menos en la
bibliografía que el menda se manejó hasta hoy y que incluye, claro, la lectura
y reflexión directa sobre la obra que ha producido la propia JB hasta ahora.
Más cosas destacables: hay un capítulo dedicado a María Zambrano pero no uno a
Ortega y Gasset. Esto merece un aplauso muy gordo porque, independientemente de
las deudas de Zambrano con Gasset, que no dejan de reconocerse en este
capítulo, no se reivindica lo suficiente la autonomía de su pensamiento, así
como el hecho de que el mundo en el que vivimos (no digo el de ayer ni el de
mañana) el legado de Zambrano es probablemente más relevante que el de él y sus circunstancias, aunque sea en
el apartado estético.
En fin, como se desprenderá de lo
expuesto, el libro es una defensa, consciente o inconsciente, de la
posmodernidad. No deja de ser curioso que los enemigos declarados del
historicismo y el metarrelato sigan empeñados en ofrecer nuevos metarrelatos,
pareciendo incapaces de desprenderse, en fin, de la veta historicista. En el
caso de Filosofía inacabada un
metarrelato, además, que para funcionar requiere que se acepten una serie de
apriorismos terminológico-conceptuales y la exclusión de otros discursos
relevantes que lo chafarían o que incomodarían su acomodo. En este aspecto se
puede mencionar a (independientemente de la valía intelectual que yo pueda
atribuir a cada uno de los mencionados): Fredric Jameson, Noam Chomsky, Slavoj Zizej,
Pierre Bourdieu, Guy Debord, Perry Anderson, Terry Eagleton, Mike Davis, David
Harvey, Alaine Touraine, Zygmunt Bauman y tantos más. Por supuesto, una
presentación de la filosofía que un autor dado considera más relevante no lleva
implícita la obligación de tener en cuenta a cada autor que haya generado pensamiento
en los últimos tropecientos años, pero cualquier intento de pormenorización que
se niegue a conversar con los escollos que puedan encontrase para su fijación
ha de asumir su flaqueza.
Hay otro detalle que es importante
reseñar: en el relato histórico que esta autora propone, la lucha contra la
metafísica ocupa un lugar importante en la misión de la filosofía, condición
necesaria para que se libere a sí misma para empezar. Pero, como deja entrever
con más claridad que en ningún otro momento (porque la autora no es clara a
este respecto y hay que estar avezado en la lectura para advertir los detalles)
en el capítulo dedicado a Popper, para Marina Garcés la metafísica no es ni más
ni menos que la noción de una realidad objetiva («presupuesto metafísico de la
regularidad de la naturaleza», dice literalmente). Se habrá quedado a gusto con
semejante inversión del sustantivo. Si se estuviera hablando de nociones como
la justicia, la ontología del ser, etc., afirmar algo así tendría sentido,
desde luego, pero si hablamos de los matices de Popper a la epistemología
existente, entonces hablamos de ciencia y, por lo tanto, afirmamos
implícitamente que la creencia en la existencia de un mundo objetivo es
metafísica; o sea, el descojone. Y si lo entendí mal, entonces que me perdone
la autora, pero la pirueta filosófico-argumental la verdad es que tiene su
mérito, porque cae así, como quien no quiere la cosa. Si se sigue este
razonamiento, mal que pueda pesar precisamente a la autora, el solipsismo sería
la postura más antimetafísica posible y Paul Churchland sería un metafísico
irredento; por poner de relieve dos conclusiones derivadas de dicha noción de
la metafísica, como dos ejemplos de tantas conclusiones cuasiantinómicas que
habrían podido ponerse de relieve aquí.
Como señalaba, esta postura a la que tanta
importancia otorgo está, sin embargo, muy poco explicitada en el libro, aunque
flota por todo él como una perspectiva aérea, hasta que en un momento dado, uno
se dice de repente: «¡Pero…!», casi acabando. Porque lo de la defensa de la
posmodernidad y tal, el rechazo consciente de unos relatos frente a otros a
conveniencia… todo eso se ve desde la tercera página. En fin, pretende que
lucha contra la metafísica quien se regodea, para teminar ese mismo capítulo
sobre Popper, imaginando un regreso de los postulados de Feyerabend a las
universidades, obviando que sin un vanguardista «retorno al orden» en el que se
aproveche lo que pueda haber de útil en el legado de Feyerabend, todo lo que
lega Feyerabend es el caos (y, si hablamos de filosofía de la ciencia, con el
caos ya no hay nada más que caos, a no ser que nos dejemos llevar por una
interpretación artístico-metafísica y pseudoreligiosa al estilo del
hitlerianismo kálkico). Precisamente es eso lo mismo que ocurre con los
párrafos más literalizantes de Deleuze o Derrida, que se están moviendo en el
terreno en que el caos sustituye a los ejercicios de racionalidad, pero, para
no confesarlo a las claras y que aún parezca que queda algo concreto que decir
después de semejante arrojarse al vacío (y poder decirlo ellos), lo disfrazan
con complicaciones conceptualizantes (que no conceptualizadoras); ese caos cuyo
potencial creativo una cierta escuela de la posmodernidad se empeña en proponer
como potencialmente revolucionario (en el sentido progresista del término),
como si alguna cualidad esencial impidiera que ese potencial fuera reaccionario
en lugar de revolucionario, como si no pudiese albergar en su seno un nuevo
oscurantismo o todo lo contrario o nada. ¿Qué es la esencialización en positivo
del caos más que una forma sofisticada y pseudoartística de metafísica?
Una serie de erratas a corregir en
próximas ediciones, si las hubiera:
«La propuesta de curar con conceptos les heridas», en el cap. sobre Adorno
(la cursiva es mía).
«Merleau-Ponty se ocupa de ello de un breve ensayo», en el cap. sobre
Merleau-Ponty (ídem).
«Hoy, en una sociedad que ya no normaliza
sino que genera explota y genera
residuos humanos a gran escala, la voz de los sin palabra queda ahoga en la privacidad de la vida
cotidiana», (ídem).
Como digo, con intención de aportar
futuras mejoras; por lo demás, se trata de un libro cuidado en el aspecto
ortotipográfico y errores así, aunque siempre es preferible no encontrárselos,
no son ni infrecuentes ni imperdonables en cualquier edición bien acicalada.
miércoles, 2 de marzo de 2016
white blue white thrash
ayer oí a alguien decir que Kind of Blue de Davis era un disco de difícil escucha. no se trataba de una queja, sino de la declaración de un seguidor de la música de Davis y el jazz en general. es cierto que se trata de un disco cuya complejidad técnica ha sido ya en numerosas ocasiones puesta de manifiesto por la gente que entiende, tratándose ya de una cuestión canónica, pero eso me trajo a la cabeza esa confusión que hay entre complejidad técnica y la dificultad de acceso a una obra dada, sea musical o de otra naturaleza. la cuestión es importante, porque a veces se desanima al profano a acercarse a cosas que en realidad no le resultarían necesariamente complicadas. lo cierto es que no hay una correlación entre complejidad técnica y dificultad de escucha, y si a alguien le cuesta Kind of Blue entonces es que le cuesta el jazz, pues no se me ocurre nada mejor para empezar con el jazz que el Kind of Blue (hablo de un abordamiento ahistórico, puramente melómano). si no te entra eso, difícilmente vas a encontrar otra puerta de acceso; otra cosa sería hablar de la dificultad del jazz en general, pero eso es otra cosa y el Kind of Blue tampoco está a la cabeza en esa liga de más reducida dimensión. pero hasta aquí se trata en gran parte de mi opinión personal frente a otra opinión personal, lo que a mí me interesa es recalcar esa inexistencia de una relación entre complejidad técnica y complejidad de acceso y tratar de esclarecer algunas cuestiones objetivas al respecto, pues esa idea tan arraigada es en gran parte culpable de que el común de las personas no se acerque a grandes obras que fueron hechas para ellas (pues fueron hechas para el mundo), cuando no se utiliza como argumento para directamente desanimarlas a ello y continuar conservando ese secreto hermético en manos de unos pocos elegidos. un ejemplo de trabajo musical de reducida complejidad técnica (podemos hablar de pobreza, y para muchos de insulto, incluso) sería cualquier trabajo de Whitehouse, y sin embargo no creo que haya cosas más difíciles de oír que un disco de Whitehouse para quien se acerca por primera vez a una sonoridad X; es decir, que la sonoridad de escasa complejidad técnica (que no conceptual) de Whitehouse o de la música industrial en general resultaría horrible para un profano. no creo que haya nadie incapaz de escuchar All Blues hasta el final, pero hay mucha gente que a los 10 segundos de Edward Paisnel pediría horrorizada e incluso temiendo por su salud auditiva que alguien parase eso. es decir, insisto: no hay correlación entre complejidad técnica y dificultad de [en el caso de la música] escucha. otra cosa es el trabajo crítico que se pueda desarrollar a partir de una obra dada en virtud de su complejidad técnica, y que la misma dé lugar a manuales y manuales y manuales analítico-críticos, pero al que solo pretende disfrutar, esos manuales se la pueden perfectamente traer al pairo; no tienen nada que ver con la dificultad o facilidad de escucha.
si le doy vueltas a esto no es por algo tan pueril como que
haya escuchado una opinión con la que no estoy de acuerdo y sienta la necesidad de
demostrar o argumentar mi punto de vista en contra a
posteriori, sino porque esa idea de lo técnico como inaccesible me parece
nociva, alienante, y es esa idea la que hay que difuminar y no la de distinción
entre Alta Cultura y Baja Cultura a la que se hacía mención en una de las
actualizaciones anteriores [ojo, sin querer decir que no sean unos conceptos o
una dicotomía que hay que mantener sujetos a revisión, constantemente a poder
ser], para que el público general sepa que Kind
of Blue también es suyo y que no tiene que conformarse con Gran Hermano o 50 sombras de Grey. Hay un mundo más allá
que no debe darnos miedo, por muchas elucubraciones técnicas y hasta incomprensibles
que se lleven a cabo respecto al mismo.
de alguna forma, consigo relacionar estas
ideas sobre el Kind of Blue, el jazz o la complejidad con esa
actitud que tantas veces nos encontramos del tipo: «Yo no entiendo de poesía»,
«Yo no entiendo de cine», «Yo no entiendo de música», que suelen acompañar de
seguido tantas veces a un «Me ha gustado, pero…». es increíble cómo una sociedad
tan exigente, en la que se nos pide continuamente que seamos los mejores en
todo, se nos inocula sin embargo la idea de que no tenemos ni puta idea de nada
con tanta facilidad. es curioso también que esto solo ocurre cuando hablamos de
acercamientos al mundo de la cultura. ¿alguien ha oído a alguien decir «Yo es
que no entiendo de política», «Yo es que no entiendo de geoestrategia», «Yo es
que no entiendo de historia». eso no lo vamos a oír, porque el poder sabe bien
dónde quiere que se encuentren nuestros intereses [y no es que quiera que nos interese la política, pero no me explayaré con esto] y en qué quiere que se vaya
el poco tiempo libre que nos queda después de chuparnos la sangre en jornadas
de un mínimo de 8 horas.
por supuesto que siempre hay niveles de
conocimiento, pero si ves cine como un cabrón y tienes una opinión sobre el
cine y sobre lo que te gusta y no te gusta y por qué, entonces entiendes de cine
al menos tanto como cualquiera que no esté capacitado para dirigir una película.
por supuesto, alguien capaz de dirigir una película, por cuestiones objetivas
de naturaleza técnica, tiene que saber más sobre cine que alguien que no cuenta
con esos conocimientos técnicos; pero ni siquiera eso le inviste de una mayor
capacidad crítica o de un mejor gusto, aunque desde luego añade una dimensión a
sus observaciones sobre una obra dada. lo mismo se puede decir, con sus
particularidades, de la poesía, la música, etc.
se vio también estos días con los
comentarios acá y acullá sobre los candidatos a los Oscar, los galardonados,
etc. el mundo pareció dividirse entre quienes «entendían» y quienes «no entendían».
la opinión técnico-crítica y la del simple consumidor. insisto, por supuesto
que hay niveles de entendimiento y comprensión de una cosa dada, que se
concretan básicamente en las herramientas con que se cuenta para su
abordamiento [y que no tienen tanto que ver con el hecho de conocer un montón
de nombres y datos, como también se asume popularmente, aunque saber nombres y
datos pueda ser un indicio de que el tema se controla—pero que muchas veces es
solo un indicio de que un montón de nombres y datos se controlan—], ¿pero
responden generalmente esas asunciones de «quién es el que entiende» y «quién
no» a una serie de razones objetivas reales*?
uno de los grandes problemas de la cultura
no es su inaccesibilidad, sino la apariencia de la misma celosamente custodiada
por sus guardianes, que el ciudadano de a pie asume, pues le llevan inculcando
que así es el orden de las cosas desde, por lo menos, que tiene uso de razón.
por eso había que «entender» a Lorca en el instituto y no volar con él. por eso
la gente cree que no «entiende» de poesía y la rehúye, cuando no hay nada que
sea más de la gente que la poesía. o que la música, ya puestos.
en este pequeño texto he esbozado algunas
ideas que podrían irse ellas solas por los cerros de Úbeda, pero la desazón de orden «interno»
[en un primer momento escribí aquí «intelectual», pero he preferido no dar lugar a malentendidos] que me llevó a hacer estas elucubraciones llega hasta aquí.
que no nos engañen.
que no nos hagan conformarnos.
que no nos hagan pensar que somos tontos.
*Hablar de razones
«objetivas reales» puede parecer una redundancia, pero escojo el término frente
a lo que podrían ser razones «objetivas» a secas. por ejemplo, el hecho de que
alguien tenga un blog sobre crítica literaria o incluso de que escriba algún
artículo sobre literatura en algún periódico local, podría ser visto como una
razón objetiva de que esa persona es una autoridad en el tema y hasta se puede
tomar por tal. añado, pues, el adjetivo de real, para referirme a una razón
objetiva de esa naturaleza que además tenga un reflejo en la realidad, es decir,
que se muestre y manifieste más que como argumento autorreferencial.
miércoles, 24 de febrero de 2016
apocalípticos y enterados
segunda tanda de apuntes sobre Eco y los
debates resucitados (o recordados o traídos de nuevo a la luz o lo que se
prefiera) con motivo de su muerte o, mejor dicho, de las reacciones a la misma;
en este caso sobre la cuestión de los «apocalípticos» y los «integrados». lo
primero que se puede decir (o que yo puedo decir o que yo quiero decir o lo que
se prefiera) es que probablemente sea un debate pertinente, ¿pero no es hoy por
hoy un debate engañoso? el discurso apocalíptico es o puede ser conservador
(«todo era mejor antes», «todo se va a la mierda irremediablemente porque la
raza degenera irremediablemente», etc.), pero el discurso integrado/integrador
corre el peligro de abrazar demasiado alegremente los pilares de la modernidad
(o posmodernidad o mundo líquido o posfordismo o lo que se prefiera) y caer en
el acriticismo [iba a escribir «en el más pueril acriticismo», pero no hay nada
más pueril que el acriticismo y, por lo tanto, habría sido redundante]. en fin,
¿por qué no se puede ser un «apocalíptico integrador»?¿no se puede sostener que
vamos de culo, pero que no forma parte de ningún destino histórico esencial,
sino que es un hecho que se puede constatar y explicar perfectamente desde las
ciencias sociales y en particular en el contexto de la crisis del capitalismo,
y al mismo tiempo reconocer el valor de la novedad y sacar de la misma el
provecho que pueda ser posible? de nuevo, Jameson puede dar algunas pistas
sobre esto [y, también de nuevo, no pretendo poner en su boca o en su pluma o
en la pantalla de su ordenador o lo que se prefiera, palabras que están en las
mías]. Es curioso que la muerte de Eco me pille releyendo e indagando en su
obra [la de Jameson]. Jung se correría de gusto [pero no nos importa].
martes, 23 de febrero de 2016
ecos del apocalipsis
Al grano. Con motivo los obituarios que estos días se han dedicado a Umberto Eco aquí y allá, parece haberse resucitado de modo algo forzado la vieja polémica sobre el conflicto entre Alta Cultura y Baja Cultura, y, como no, aquellos que quisieron rendir tributo al profesor «como Dios manda» aprovecharon para abrazar con decisión acrítica la postura que este último mantenía acerca del tema. Sin embargo, una cosa es decir que rechazar la Baja Cultura es cerrar los ojos a una realidad que puede ofrecer sus propias beldades estéticas y otra cosa es negar directamente que la diferencia entre una y otra cosa incluso exista, que es lo que aparentemente defiende una serie de obituaristas en distintos periódicos de todas las tendencias (no me atreveré a decir que Umberto Eco defendía exactamente eso, de forma que tampoco afirmaré que lo que viene a continuación es necesariamente una crítica a las teorías o posturas de Umberto Eco, sino más bien de su prole intelectual —que seguramente se ha multiplicado de un modo espectacular desde su muerte y que, mañana, cuando muera alguno de sus «enemigos intelectuales», los abrazará también a ellos y a sus teorías y no tendrá ningún problema en escupir sobre la tumba que ahora cubre con flores, repitiendo paso por paso un debate intelectual que forma parte del pasado, en detrimento de temas de más calado y actualidad—, aquella que defiende que es lo mismo el Ulises de Joyce que un muñecajo de plástico (pero que ante este mismo ejemplo fruncirían escépticos el ceño, claro, no era eso lo que querían decir), haciendo muestra de una postura involuntaria (creamos en su buena fe) pero apocalípticamente reaccionaria.
En fin, cabe hacerse una pregunta:
independientemente del legado material (series de TV, música de radiofórmula,
novelones románticos —ah, no, eso no, ¡no era eso lo que querían decir!— que
mañana se recoja en los libros y se enseñe en las academias (lo que por otra
parte no es síntoma de la calidad de ese legado, sino nada más que de su
representatividad de una cultura dada, en este caso la nuestra), ¿puede no ser
Baja Cultura o ser Alta Cultura aquello que obedece más estrictamente que otras
cosas —pues, no nos engañemos, todo en algún grado lo hace, en cuanto a que
todo es mercado, la diferencia estriba en aquellas cosas que son de plástico
desde su misma concepción o que acabaron envueltas en tal maraña de chicle que
su supuesta honestidad inicial es imperceptible— a las normas del capital, es
decir, a la pela?
¿Puede, por ejemplo, una serie como Lost, que se alargó hasta el infinito,
cuando sus guionistas tenían pensado que durase solo algunas temporadas, debido
a que los productores quisieron la gallina de los huevos de oro lo máximo
posible, independientemente de los resultados (no de los resultados
financieros, claro) considerarse arte?
Ahí lo dejo; aclarando, eso sí, que no pretendo
quitarle a nadie el derecho a disfrutar de Lost
y que no es de eso de lo que aquí se trata. También me parece importante
remarcar que a quien escribe esto, Arco le parece lo mismo que cualquier serie
de TV en un formato mucho más pedante, elitista e insoportable; es decir, que
donde pongo la línea no es en si el formato es televisivo o es el temple sobre
madera.
Bien; no hay duda de que detrás del origen
de los conceptos de Alta y Baja Cultura se esconde un cierto prejuicio de clase
con el que hay que tener cuidado y lidiar (he ahí el meollo: lidiar), pero tal
hecho no invalida estos conceptos per se
(de la misma forma que un posible desprecio de clase hacia quienes manejan esta
sociedad tan bonita que tenemos no debe hacernos perder de vista el hecho de
que, nos guste o no, ellos tienen casas, ropas y dietas alimenticias más
bonitas y de mejor calidad —y conciencia de clase para aburrir, pero eso ya es
otra historia y además la lucha de clases está superada [ejem]—); pero además
hay que tener en cuenta que los condicionantes de lo que es una cosa y otra
(Baja Cultura y Alta Cultura, por si alguien se ha perdido) han cambiado. Hoy
nadie (y me refiero a nadie del contexto de las «democracias occidentales»,
hablando grosso modo, de nuestra cultura, en fin, que es a lo que
nos estamos refiriendo todos, ellos y yo), consideraría las fanfarrias de los
gitanos de Centroeuropa o los cánticos de los bantús Baja Cultura (sobre lo que
piensen las élites de sus respectivas naciones no me puedo pronunciar y tampoco
cambiaría mis argumentos), mientras que Gran Hermano sí (vaya, juraría que
quienes niegan que exista la diferencia vuelven a fruncir el ceño).
Por otro lado, tenemos el pastiche el intento de acercamiento entre
Baja y Alta Cultura que realmente caracteriza a nuestros productos culturales y
cuya calidad estética es dudosa (no en el sentido de estético como bello, sino
en el uso filosófico amplio del término). Las notas de Fredric Jameson sobre este
asunto son esclarecedoras.
La cuestión no es si hay diferencia entre
Baja Cultura y Alta Cultura, pues la pretensión de que no la hay no resiste un
asalto dialéctico, sino el valor que se le pueda atribuir a cada una.
Quienes, con [¿o sin?] Eco, mantienen que
no hay una frontera real entre Alta y Baja Cultura, que no existe la
diferencia, que se trata de constructos que no pueden adquirir un valor de
realidad, deberían plantearse que lo que están diciendo no es que no haya
diferencias entre la buena ciencia-ficción (la mala, sin medias tintas, sin
sofismos, la pulp, esa que lo mejor que puede ser es una
parodia involuntaria de sí misma, es mala y punto, otra cosa es que pueda ser
divertida o entretenida) y James Joyce o entre Don Quijote de la Mancha y una buena serie de TV que se pueda hacer
hoy en día; sino que no hay diferencia entre el Loca de Malena Gracia y el piano de Rachmaninov, o que si la hay es
tan solo de carácter cualitativo, dejando pasar el hecho importantísimo de que
la diferencia entre una cosa y otra no se explica solo a partir de la
existencia de buenos y malos compositores, sino que además son hijas de
condicionantes superestructurales y estructurales diferentes, es decir, que no
se trata de una cuestión de calidad, sino de estructura, y por eso pertenecen
por naturaleza conformativa a segmentos distintos de la producción cultural. Si
tan solo se tratara de una cuestión de calidad, ¿por qué iba a tener éxito
aquello que es de una mala calidad manifiesta? Por favor, que no me salga un V.L.
defendiéndome a Malena Gracia que entonces me parto la caja.
La justificación intelectual de lo
intrascendente, de las Alaskas del mundo jugando a producirle un disco a Tamara
y todos los medios volcados en la obra, de eso des de lo que estamos hablando,
ahí es donde radica el carácter reaccionario de esta postura que, en un
principio, hay que admitirlo, parece todo lo contrario, es decir, democrática y
desprejuiciada (como todo lo que aliena con éxito en el sistema del que
formamos parte activa, por otro lado).
Pero la cuestión no es rechazar a
Rachamaninov (por poner un ejemplo) porque sea de los de arriba, sino encontrar el medio de
arrebatárselo. Con Malena Gracia que se queden ellos.
Llámese Alta Cultura y Baja Cultura o
Nidito del Jilguero y Politeísmo Afortunado, si se quiere; el hecho sigue
siendo, y lo que es no se puede negar, solo puede valorarse y, en tal caso,
superarse.
viernes, 29 de enero de 2016
rhyming with everything
compuse un poema, se llama 'champuses':
champuses
dijo
un señor
que españa
necesita
un cirujano
de hierro
digo yo
que más bien
necesita
un champú
anticaspa
champuses
dijo
un señor
que españa
necesita
un cirujano
de hierro
digo yo
que más bien
necesita
un champú
anticaspa
viernes, 23 de octubre de 2015
flanêur con nata
As we already know, Baudelaire was not very happy with the effects of
so-called progress on the society he was living in. In his notes about Edgar
Allan Poe, he wrote: «Civilized man invents the philosophy of progress to console himself
for his abdication and for his downfall». He does not only regret the notion of
progress but also maintains that if we take seriously the notion of
progress/evolution, we should conclude that it is more a disevolution, a degeneration
march to downfall. About progress he will write also: «Ce fanal obscur, invention du philosophisme actuel, breveté sans
garantie de la Nature ou de la Divinité, cette lanterne moderne jette des
ténèbres sur tous les objets de la connaissance ; la liberté s’évanouit, le
châtiment disparaît. Qui veut y voir clair dans l’histoire doit avant tout
éteindre ce fanal perfide. Cette idée grotesque, qui a fleuri sur le terrain
pourri de la fatuité moderne, a déchargé chacun de son devoir, délivré toute
âme de sa responsabilité, dégagé la volonté de tous les liens que lui imposait
l’amour du beau : et les races amoindries, si cette navrante folie dure
longtemps, s’endormiront sur l’oreiller de la fatalité dans le sommeil radoteur
de la décrépitude. Cette infatuation est le diagnostic d’une décadence déjà
trop visible», in
his review of the Exposition
Universelle (1855). No
doubt about the fact that Baudelaire didn’t like progress. But we have to be
very careful with it, and take out any perfectly shaped preconception we’d have
about what «progress» before concluding that the notion of «progress»
Baudelaire is attacking is the one we have. To begin with, Baudelaire hates
progress because he do not think it is what we think it is. Progress is a trap
because 1) it is detrimental to the human being and 2) it is not actually
progress. So, after all what he was reacting against was not the concept as it
is for everyone but the complete superstructure that charged it with a very
specific and particular significance, that gives to that concept the meaning it
has for everybody, even if it do not deserve it at all.
Departing from a very similar approach, Foucault builds his critique of
«progress» as it is conceived in modern society, doing it from an analytical
perspective, trying to rely on theoretical construction (via Benjamin, Adorno,
Horckheimer, Kant, etc.) instead of artistic intuition.
And what he found? Something not very similar to the intuition of
Baudelaire: progress is not what it seems. Thinking we are historically always
going forward for the better is to be trapped in a new form of alienation that
prevent us from realising the way we are actually victims of that notion of
progress, i.e.: prevent us from criticism. Progress as it has occurred is not
equal to emancipation, as it is defended in the conception made of it in
Enlightenment.
An interesting thing that Baudelaire proposed, between others, the
character of the flanêur as a way to escape from the cheat that progress
and so society (or at least its foundations) is. The flanêur walks by
with the aim to find something that stands out of the common, any hidden
treasure an unnoticed detail, the extraordinary inside the mediocre.
In some way, we could describe Foucault as a flanêur of
philosophy, since he go deep into the foundations of our present with the tools
offered as a result of our History, to find an insight that goes beyond such
tools and such present itself, at least beyond the way this present sees
itself.
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