Al grano. Con motivo los obituarios que estos días se han dedicado a Umberto Eco aquí y allá, parece haberse resucitado de modo algo forzado la vieja polémica sobre el conflicto entre Alta Cultura y Baja Cultura, y, como no, aquellos que quisieron rendir tributo al profesor «como Dios manda» aprovecharon para abrazar con decisión acrítica la postura que este último mantenía acerca del tema. Sin embargo, una cosa es decir que rechazar la Baja Cultura es cerrar los ojos a una realidad que puede ofrecer sus propias beldades estéticas y otra cosa es negar directamente que la diferencia entre una y otra cosa incluso exista, que es lo que aparentemente defiende una serie de obituaristas en distintos periódicos de todas las tendencias (no me atreveré a decir que Umberto Eco defendía exactamente eso, de forma que tampoco afirmaré que lo que viene a continuación es necesariamente una crítica a las teorías o posturas de Umberto Eco, sino más bien de su prole intelectual —que seguramente se ha multiplicado de un modo espectacular desde su muerte y que, mañana, cuando muera alguno de sus «enemigos intelectuales», los abrazará también a ellos y a sus teorías y no tendrá ningún problema en escupir sobre la tumba que ahora cubre con flores, repitiendo paso por paso un debate intelectual que forma parte del pasado, en detrimento de temas de más calado y actualidad—, aquella que defiende que es lo mismo el Ulises de Joyce que un muñecajo de plástico (pero que ante este mismo ejemplo fruncirían escépticos el ceño, claro, no era eso lo que querían decir), haciendo muestra de una postura involuntaria (creamos en su buena fe) pero apocalípticamente reaccionaria.
En fin, cabe hacerse una pregunta:
independientemente del legado material (series de TV, música de radiofórmula,
novelones románticos —ah, no, eso no, ¡no era eso lo que querían decir!— que
mañana se recoja en los libros y se enseñe en las academias (lo que por otra
parte no es síntoma de la calidad de ese legado, sino nada más que de su
representatividad de una cultura dada, en este caso la nuestra), ¿puede no ser
Baja Cultura o ser Alta Cultura aquello que obedece más estrictamente que otras
cosas —pues, no nos engañemos, todo en algún grado lo hace, en cuanto a que
todo es mercado, la diferencia estriba en aquellas cosas que son de plástico
desde su misma concepción o que acabaron envueltas en tal maraña de chicle que
su supuesta honestidad inicial es imperceptible— a las normas del capital, es
decir, a la pela?
¿Puede, por ejemplo, una serie como Lost, que se alargó hasta el infinito,
cuando sus guionistas tenían pensado que durase solo algunas temporadas, debido
a que los productores quisieron la gallina de los huevos de oro lo máximo
posible, independientemente de los resultados (no de los resultados
financieros, claro) considerarse arte?
Ahí lo dejo; aclarando, eso sí, que no pretendo
quitarle a nadie el derecho a disfrutar de Lost
y que no es de eso de lo que aquí se trata. También me parece importante
remarcar que a quien escribe esto, Arco le parece lo mismo que cualquier serie
de TV en un formato mucho más pedante, elitista e insoportable; es decir, que
donde pongo la línea no es en si el formato es televisivo o es el temple sobre
madera.
Bien; no hay duda de que detrás del origen
de los conceptos de Alta y Baja Cultura se esconde un cierto prejuicio de clase
con el que hay que tener cuidado y lidiar (he ahí el meollo: lidiar), pero tal
hecho no invalida estos conceptos per se
(de la misma forma que un posible desprecio de clase hacia quienes manejan esta
sociedad tan bonita que tenemos no debe hacernos perder de vista el hecho de
que, nos guste o no, ellos tienen casas, ropas y dietas alimenticias más
bonitas y de mejor calidad —y conciencia de clase para aburrir, pero eso ya es
otra historia y además la lucha de clases está superada [ejem]—); pero además
hay que tener en cuenta que los condicionantes de lo que es una cosa y otra
(Baja Cultura y Alta Cultura, por si alguien se ha perdido) han cambiado. Hoy
nadie (y me refiero a nadie del contexto de las «democracias occidentales»,
hablando grosso modo, de nuestra cultura, en fin, que es a lo que
nos estamos refiriendo todos, ellos y yo), consideraría las fanfarrias de los
gitanos de Centroeuropa o los cánticos de los bantús Baja Cultura (sobre lo que
piensen las élites de sus respectivas naciones no me puedo pronunciar y tampoco
cambiaría mis argumentos), mientras que Gran Hermano sí (vaya, juraría que
quienes niegan que exista la diferencia vuelven a fruncir el ceño).
Por otro lado, tenemos el pastiche el intento de acercamiento entre
Baja y Alta Cultura que realmente caracteriza a nuestros productos culturales y
cuya calidad estética es dudosa (no en el sentido de estético como bello, sino
en el uso filosófico amplio del término). Las notas de Fredric Jameson sobre este
asunto son esclarecedoras.
La cuestión no es si hay diferencia entre
Baja Cultura y Alta Cultura, pues la pretensión de que no la hay no resiste un
asalto dialéctico, sino el valor que se le pueda atribuir a cada una.
Quienes, con [¿o sin?] Eco, mantienen que
no hay una frontera real entre Alta y Baja Cultura, que no existe la
diferencia, que se trata de constructos que no pueden adquirir un valor de
realidad, deberían plantearse que lo que están diciendo no es que no haya
diferencias entre la buena ciencia-ficción (la mala, sin medias tintas, sin
sofismos, la pulp, esa que lo mejor que puede ser es una
parodia involuntaria de sí misma, es mala y punto, otra cosa es que pueda ser
divertida o entretenida) y James Joyce o entre Don Quijote de la Mancha y una buena serie de TV que se pueda hacer
hoy en día; sino que no hay diferencia entre el Loca de Malena Gracia y el piano de Rachmaninov, o que si la hay es
tan solo de carácter cualitativo, dejando pasar el hecho importantísimo de que
la diferencia entre una cosa y otra no se explica solo a partir de la
existencia de buenos y malos compositores, sino que además son hijas de
condicionantes superestructurales y estructurales diferentes, es decir, que no
se trata de una cuestión de calidad, sino de estructura, y por eso pertenecen
por naturaleza conformativa a segmentos distintos de la producción cultural. Si
tan solo se tratara de una cuestión de calidad, ¿por qué iba a tener éxito
aquello que es de una mala calidad manifiesta? Por favor, que no me salga un V.L.
defendiéndome a Malena Gracia que entonces me parto la caja.
La justificación intelectual de lo
intrascendente, de las Alaskas del mundo jugando a producirle un disco a Tamara
y todos los medios volcados en la obra, de eso des de lo que estamos hablando,
ahí es donde radica el carácter reaccionario de esta postura que, en un
principio, hay que admitirlo, parece todo lo contrario, es decir, democrática y
desprejuiciada (como todo lo que aliena con éxito en el sistema del que
formamos parte activa, por otro lado).
Pero la cuestión no es rechazar a
Rachamaninov (por poner un ejemplo) porque sea de los de arriba, sino encontrar el medio de
arrebatárselo. Con Malena Gracia que se queden ellos.
Llámese Alta Cultura y Baja Cultura o
Nidito del Jilguero y Politeísmo Afortunado, si se quiere; el hecho sigue
siendo, y lo que es no se puede negar, solo puede valorarse y, en tal caso,
superarse.
Empezaría diciendo que a principios del siglo 20 se demostró que el arte es una mentira, primero con la aparición del arte abstracto (¿qué criterios tienen los críticos para determinar si eso es arte o no?) y después con el urinario de Duchamp (el arte, para ser percibido como tal, depende de un contexto determinado por convención social, es decir, el urinario es arte porque está en un museo, si está en la calle, no).
ResponderEliminarEsto lo aprovecha la gente que quiere hacer dinero: si el arte es una mentira, podemos hacer pasar por arte cualquier cosa. Esto, sumado a la crisis hermenéutica, la semiótica y las ideas postestructuralistas de finales de siglo (todo es subjetivo, no hay una interpretación válida, no hay verdades, todo tiene múltiples interpretaciones, los significados se construyen), hace que los de arriba se froten las manos.
Si todo es un constructo, yo puedo cargar de valor y significado hasta un truño que me encuentro en la calle. La falta de criterio de la gente pronuncia esta tendencia y qué sucede: ofrecen morralla, la acompañan de un discurso que la valida y la venden como una obra de arte. Además, con la globalización, la democratización de la cultura e internet, han aumentado, tanto las posibilidades de creación (cualquier persona de un país desarrollado tiene medios para crear) como la influencia de la sociedad. Desgraciadamente, poca gente se esfuerza en desarrollar un gusto o un criterio sólido respecto a lo que percibe, por no hablar de la falta de talento y capacidades creativas de la mayoría. Por tanto, tenemos el cóctel perfecto para que todo explote y de la confusión se beneficien los más listos, no los mejores.
No sé si me he dispersado :)
no te has dispersado. queda claro lo que querías exponer y estoy de acuerdo con prácticamente todo. solo en «falta de criterio de la gente» y «poca gente se esfuerza en desarrollar un gusto o un criterio sólido respecto a lo que percibe» haría el matiz de que no creo que eso sea culpa propiamente de la gente. toda esa problemática que enumeras y explicas se utiliza para mantener a la gente embobada/alienada. la sociedad dele spectáculo, vaya. es un asunto difícil de resolver, porque la alienación pop actual hace imposible que una persona se levante un día y de buena mañana se diga: «Ya me he aburrido de '50 sombras de Grey', hoy voy a darle a Thomas Mann». algo así se saldría de la sociología y entraría en el campo de la mística. a este problema, entre otras cosas, aludo en mi última actualización. me parece una cuestión importante, porque creo que en ella se encuentra mucho de la diferencia entre la sociedad que tenemos y la que queremos.
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