martes, 23 de febrero de 2016

ecos del apocalipsis


Al grano. Con motivo los obituarios que estos días se han dedicado a Umberto Eco aquí y allá, parece haberse resucitado de modo algo forzado la vieja polémica sobre el conflicto entre Alta Cultura y Baja Cultura, y, como no, aquellos que quisieron rendir tributo al profesor «como Dios manda» aprovecharon para abrazar con decisión acrítica la postura que este último mantenía acerca del tema. Sin embargo, una cosa es decir que rechazar la Baja Cultura es cerrar los ojos a una realidad que puede ofrecer sus propias beldades estéticas y otra cosa es negar directamente que la diferencia entre una y otra cosa incluso exista, que es lo que aparentemente defiende una serie de obituaristas en distintos periódicos de todas las tendencias (no me atreveré a decir que Umberto Eco defendía exactamente eso, de forma que tampoco afirmaré que lo que viene a continuación es necesariamente una crítica a las teorías o posturas de Umberto Eco, sino más bien de su prole intelectual —que seguramente se ha multiplicado de un modo espectacular desde su muerte y que, mañana, cuando muera alguno de sus «enemigos intelectuales», los abrazará también a ellos y a sus teorías y no tendrá ningún problema en escupir sobre la tumba que ahora cubre con flores, repitiendo paso por paso un debate intelectual que forma parte del pasado, en detrimento de temas de más calado y actualidad—, aquella que defiende que es lo mismo el Ulises de Joyce que un muñecajo de plástico (pero que ante este mismo ejemplo fruncirían escépticos el ceño, claro, no era eso lo que querían decir), haciendo muestra de una postura involuntaria (creamos en su buena fe) pero apocalípticamente reaccionaria.

En fin, cabe hacerse una pregunta: independientemente del legado material (series de TV, música de radiofórmula, novelones románticos —ah, no, eso no, ¡no era eso lo que querían decir!— que mañana se recoja en los libros y se enseñe en las academias (lo que por otra parte no es síntoma de la calidad de ese legado, sino nada más que de su representatividad de una cultura dada, en este caso la nuestra), ¿puede no ser Baja Cultura o ser Alta Cultura aquello que obedece más estrictamente que otras cosas —pues, no nos engañemos, todo en algún grado lo hace, en cuanto a que todo es mercado, la diferencia estriba en aquellas cosas que son de plástico desde su misma concepción o que acabaron envueltas en tal maraña de chicle que su supuesta honestidad inicial es imperceptible— a las normas del capital, es decir, a la pela?

¿Puede, por ejemplo, una serie como Lost, que se alargó hasta el infinito, cuando sus guionistas tenían pensado que durase solo algunas temporadas, debido a que los productores quisieron la gallina de los huevos de oro lo máximo posible, independientemente de los resultados (no de los resultados financieros, claro) considerarse arte?

Ahí lo dejo; aclarando, eso sí, que no pretendo quitarle a nadie el derecho a disfrutar de Lost y que no es de eso de lo que aquí se trata. También me parece importante remarcar que a quien escribe esto, Arco le parece lo mismo que cualquier serie de TV en un formato mucho más pedante, elitista e insoportable; es decir, que donde pongo la línea no es en si el formato es televisivo o es el temple sobre madera.

Bien; no hay duda de que detrás del origen de los conceptos de Alta y Baja Cultura se esconde un cierto prejuicio de clase con el que hay que tener cuidado y lidiar (he ahí el meollo: lidiar), pero tal hecho no invalida estos conceptos per se (de la misma forma que un posible desprecio de clase hacia quienes manejan esta sociedad tan bonita que tenemos no debe hacernos perder de vista el hecho de que, nos guste o no, ellos tienen casas, ropas y dietas alimenticias más bonitas y de mejor calidad —y conciencia de clase para aburrir, pero eso ya es otra historia y además la lucha de clases está superada [ejem]—); pero además hay que tener en cuenta que los condicionantes de lo que es una cosa y otra (Baja Cultura y Alta Cultura, por si alguien se ha perdido) han cambiado. Hoy nadie (y me refiero a nadie del contexto de las «democracias occidentales», hablando grosso modo, de nuestra cultura, en fin, que es a lo que nos estamos refiriendo todos, ellos y yo), consideraría las fanfarrias de los gitanos de Centroeuropa o los cánticos de los bantús Baja Cultura (sobre lo que piensen las élites de sus respectivas naciones no me puedo pronunciar y tampoco cambiaría mis argumentos), mientras que Gran Hermano sí (vaya, juraría que quienes niegan que exista la diferencia vuelven a fruncir el ceño).

Por otro lado, tenemos el pastiche el intento de acercamiento entre Baja y Alta Cultura que realmente caracteriza a nuestros productos culturales y cuya calidad estética es dudosa (no en el sentido de estético como bello, sino en el uso filosófico amplio del término). Las notas de Fredric Jameson sobre este asunto son esclarecedoras.

La cuestión no es si hay diferencia entre Baja Cultura y Alta Cultura, pues la pretensión de que no la hay no resiste un asalto dialéctico, sino el valor que se le pueda atribuir a cada una.

Quienes, con [¿o sin?] Eco, mantienen que no hay una frontera real entre Alta y Baja Cultura, que no existe la diferencia, que se trata de constructos que no pueden adquirir un valor de realidad, deberían plantearse que lo que están diciendo no es que no haya diferencias entre la buena ciencia-ficción (la mala, sin medias tintas, sin sofismos, la pulp, esa que lo mejor que puede ser es una parodia involuntaria de sí misma, es mala y punto, otra cosa es que pueda ser divertida o entretenida) y James Joyce o entre Don Quijote de la Mancha y una buena serie de TV que se pueda hacer hoy en día; sino que no hay diferencia entre el Loca de Malena Gracia y el piano de Rachmaninov, o que si la hay es tan solo de carácter cualitativo, dejando pasar el hecho importantísimo de que la diferencia entre una cosa y otra no se explica solo a partir de la existencia de buenos y malos compositores, sino que además son hijas de condicionantes superestructurales y estructurales diferentes, es decir, que no se trata de una cuestión de calidad, sino de estructura, y por eso pertenecen por naturaleza conformativa a segmentos distintos de la producción cultural. Si tan solo se tratara de una cuestión de calidad, ¿por qué iba a tener éxito aquello que es de una mala calidad manifiesta? Por favor, que no me salga un V.L. defendiéndome a Malena Gracia que entonces me parto la caja.

La justificación intelectual de lo intrascendente, de las Alaskas del mundo jugando a producirle un disco a Tamara y todos los medios volcados en la obra, de eso des de lo que estamos hablando, ahí es donde radica el carácter reaccionario de esta postura que, en un principio, hay que admitirlo, parece todo lo contrario, es decir, democrática y desprejuiciada (como todo lo que aliena con éxito en el sistema del que formamos parte activa, por otro lado).

Pero la cuestión no es rechazar a Rachamaninov (por poner un ejemplo) porque sea de los de arriba, sino encontrar el medio de arrebatárselo. Con Malena Gracia que se queden ellos.

Llámese Alta Cultura y Baja Cultura o Nidito del Jilguero y Politeísmo Afortunado, si se quiere; el hecho sigue siendo, y lo que es no se puede negar, solo puede valorarse y, en tal caso, superarse.

2 comentarios:

  1. Empezaría diciendo que a principios del siglo 20 se demostró que el arte es una mentira, primero con la aparición del arte abstracto (¿qué criterios tienen los críticos para determinar si eso es arte o no?) y después con el urinario de Duchamp (el arte, para ser percibido como tal, depende de un contexto determinado por convención social, es decir, el urinario es arte porque está en un museo, si está en la calle, no).

    Esto lo aprovecha la gente que quiere hacer dinero: si el arte es una mentira, podemos hacer pasar por arte cualquier cosa. Esto, sumado a la crisis hermenéutica, la semiótica y las ideas postestructuralistas de finales de siglo (todo es subjetivo, no hay una interpretación válida, no hay verdades, todo tiene múltiples interpretaciones, los significados se construyen), hace que los de arriba se froten las manos.

    Si todo es un constructo, yo puedo cargar de valor y significado hasta un truño que me encuentro en la calle. La falta de criterio de la gente pronuncia esta tendencia y qué sucede: ofrecen morralla, la acompañan de un discurso que la valida y la venden como una obra de arte. Además, con la globalización, la democratización de la cultura e internet, han aumentado, tanto las posibilidades de creación (cualquier persona de un país desarrollado tiene medios para crear) como la influencia de la sociedad. Desgraciadamente, poca gente se esfuerza en desarrollar un gusto o un criterio sólido respecto a lo que percibe, por no hablar de la falta de talento y capacidades creativas de la mayoría. Por tanto, tenemos el cóctel perfecto para que todo explote y de la confusión se beneficien los más listos, no los mejores.

    No sé si me he dispersado :)

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    1. no te has dispersado. queda claro lo que querías exponer y estoy de acuerdo con prácticamente todo. solo en «falta de criterio de la gente» y «poca gente se esfuerza en desarrollar un gusto o un criterio sólido respecto a lo que percibe» haría el matiz de que no creo que eso sea culpa propiamente de la gente. toda esa problemática que enumeras y explicas se utiliza para mantener a la gente embobada/alienada. la sociedad dele spectáculo, vaya. es un asunto difícil de resolver, porque la alienación pop actual hace imposible que una persona se levante un día y de buena mañana se diga: «Ya me he aburrido de '50 sombras de Grey', hoy voy a darle a Thomas Mann». algo así se saldría de la sociología y entraría en el campo de la mística. a este problema, entre otras cosas, aludo en mi última actualización. me parece una cuestión importante, porque creo que en ella se encuentra mucho de la diferencia entre la sociedad que tenemos y la que queremos.

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