lunes, 22 de junio de 2015

'Alabanza', de Alberto Olmos


Tenía grandes esperanzas puestas en Alabanza, de Alberto Olmos, porque es lo mínimo que uno puede tener ante la que prometía ser la gran obra, la definitiva, de una de las personas que más controla de literatura actual (no digo «la que más» porque las afirmaciones categóricas, casi siempre, acaban teniendo un desagradable efecto bumerán) de y en nuestro país, y eso sin tener un sillón en la RAE ni haber llegado a la cuarentena (esto último, sobre todo, tremendamente meritorio y casi increíble). Se entiende que estoy hablando de la edad con que el autor contaba cuando todo esto ya estaba sobre la mesa, no la que tiene actualmente, pues, de hecho, creo que cumple (o cumplió, vaya usted a saber) cuarenta años precisamente ahora, en 2015.



Las páginas hacia el final en las que explica su recorrido artístico-filosófico son muy buenas, quizá porque uno se identifica, parecen imbuidas de una gran sinceridad y necesidad de explicarse intelectualmente, de la voluntad de hacer algo grande por amor al arte y a su historia, al igual que ocurre con muchas otras páginas de la obra o gran parte del contenido de su blog (no sé si, de hecho, a estas alturas no le parecerá a Alberto Olmos, cuando oye o lee comentarios de este tipo, pues abundan, que la sombra del blog es alargada).



Mucha reflexión sobre y deconstrucción de (para comenzar) el yo (y más concretamente, aunque la prevención sobre el peligro de confundir al autor con el personaje penda de un hilo sobre nuestras cabezas, sobre el yo del autor), la relación realidad-literatura-arte, las relaciones de pareja y humanas en general, la sexualidad, la casualidad y la causalidad, la relación posfeminismo-feminismo-mujer-hombre, los entresijos del mundo editorial... No deja de pesarme que las páginas que más he disfrutado del libro son las finales, digamos las 100 últimas páginas de unas 400. Hay que decirlo claro: el libro tiene mucho relleno y no sé si es por el afán, precisamente, de escribir una gran obra, una obra adulta (que, salvo alguna excepción, suelen ir al peso), que es como se ha querido vender. La obra adulta del enfant terrible-que-sin-embargo-no-ha-dejado-de-ser-terrible, que, si no lo he entendido mal, es como ha tratado de venderse.



Lo que alabo es la intención, en cualquier caso, porque, como digo, una obra que apunta muy alto, y que no lo hace por intuición sino por pretensión, a algunos les puede parecer que deriva necesariamente en pretencioso, para mí, deriva necesariamente en necesario. Muchos lo están poniendo a parir (y muchos otros no, todo hay que decirlo), muchos que no ponen a parir otras obras de compañeros de generación de Olmos que son [mucho] peores. Es verdad que para gustos colores. A lo mejor hay que tener un interés en la literatura que va más allá del interés lector para empatizar con el intento de Olmos y apreciarlo.



En cuanto a la prosa, a veces me doy tropezones en el recorrido. Este es otro elemento en el que me ha parecido que el Olmos bloguero es superior al novelista. Da la impresión de que la prosa le fluye mejor en ese formato. No es que la prosa de Alabanza sea mala, al contrario, pero da la impresión de que a veces se enreda y de que no consigue ser natural para el registro que maneja. De nuevo, las mejores páginas en este aspecto son las últimas. Quizá lo que ocurre es que estoy juzgando, más que una obra en concreto, un recorrido. Es probable que Alabanza sí sea el mejor libro de Alberto Olmos, pero si es cierto que va a escribir una obra definitiva (y las tablas y la capacidad las tiene), yo la sigo esperando.

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