Tenía grandes esperanzas puestas en Alabanza, de Alberto Olmos, porque es lo mínimo que uno puede tener ante la que prometía ser la gran obra, la definitiva, de una de las personas que más controla de literatura actual (no digo «la que más» porque las afirmaciones categóricas, casi siempre, acaban teniendo un desagradable efecto bumerán) de y en nuestro país, y eso sin tener un sillón en la RAE ni haber llegado a la cuarentena (esto último, sobre todo, tremendamente meritorio y casi increíble). Se entiende que estoy hablando de la edad con que el autor contaba cuando todo esto ya estaba sobre la mesa, no la que tiene actualmente, pues, de hecho, creo que cumple (o cumplió, vaya usted a saber) cuarenta años precisamente ahora, en 2015.
Las páginas hacia el final en las que
explica su recorrido artístico-filosófico son muy buenas, quizá porque uno se
identifica, parecen imbuidas de una gran sinceridad y necesidad de explicarse
intelectualmente, de la voluntad de hacer algo grande por amor al arte y a su
historia, al igual que ocurre con muchas otras páginas de la obra o gran parte
del contenido de su blog (no sé si, de hecho, a estas alturas no le parecerá a
Alberto Olmos, cuando oye o lee comentarios de este tipo, pues abundan, que la
sombra del blog es alargada).
Mucha reflexión sobre y deconstrucción de
(para comenzar) el yo (y más concretamente, aunque la prevención sobre el
peligro de confundir al autor con el personaje penda de un hilo sobre nuestras
cabezas, sobre el yo del autor), la relación realidad-literatura-arte, las
relaciones de pareja y humanas en general, la sexualidad, la casualidad y la
causalidad, la relación posfeminismo-feminismo-mujer-hombre, los entresijos del
mundo editorial... No deja de pesarme que las páginas que más he disfrutado del
libro son las finales, digamos las 100 últimas páginas de unas 400. Hay que
decirlo claro: el libro tiene mucho relleno y no sé si es por el afán,
precisamente, de escribir una gran obra, una obra adulta (que, salvo alguna
excepción, suelen ir al peso), que es como se ha querido vender. La obra adulta
del enfant terrible-que-sin-embargo-no-ha-dejado-de-ser-terrible,
que, si no lo he entendido mal, es como ha tratado de venderse.
Lo que alabo
es la intención, en cualquier caso, porque, como digo, una obra que apunta muy
alto, y que no lo hace por intuición sino por pretensión, a algunos les puede
parecer que deriva necesariamente en pretencioso,
para mí, deriva necesariamente en necesario.
Muchos lo están poniendo a parir (y muchos otros no, todo hay que decirlo),
muchos que no ponen a parir otras obras de compañeros de generación de Olmos
que son [mucho]
peores. Es verdad que para gustos colores. A lo mejor hay que tener un interés
en la literatura que va más allá del interés lector para empatizar con el
intento de Olmos y apreciarlo.
En cuanto a la prosa, a veces me doy
tropezones en el recorrido. Este es otro elemento en el que me ha parecido que
el Olmos bloguero es superior al novelista. Da la impresión de que la prosa le
fluye mejor en ese formato. No es que la prosa de Alabanza sea mala, al contrario, pero da la impresión de que a
veces se enreda y de que no consigue ser natural para el registro que maneja. De nuevo,
las mejores páginas en este aspecto son las últimas. Quizá lo que ocurre es que
estoy juzgando, más que una obra en concreto, un recorrido. Es probable que Alabanza sí sea el mejor libro de
Alberto Olmos, pero si es cierto que va a escribir una obra definitiva (y las
tablas y la capacidad las tiene), yo la sigo esperando.
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