Acabo de leer la última novela de Elvira Navarrro, La trabajadora, en la que, por distintos
motivos, había puesto grandes expectativas que no se han visto colmadas.
Hace poco, en algún sitio, escuché o leí que si quieres que
alguien no prospere no tienes más que decirle que lo está haciendo todo
estupendamente. Desde luego, es psicología básica que si se dice a alguien,
durante toda su vida, que lo hace todo mal, se da lugar al desarrollo de una
inseguridad pasmosa, de forma que lo contrario también puede tener sentido. Si
una crítica positiva no deja espacio a campos para posibles mejoras, puede ser
nociva para el desarrollo de la técnica y la creatividad del criticado que,
para decirlo en términos que se entiendan fácilmente, tiene ante sí una
alfombra roja para dormirse en los laureles.
Me pregunto si es eso lo que le ha ocurrido a Elvira
Navarro, teniendo en cuenta su aparición en la revista Granta entre los autores
«jóvenes» españoles más prometedores, así como el hecho de que El Cultural la
mencionó en el 2013 como «una de las voces españolas con más futuro», según se
recoge en la solapa del libro, además de los distintos premios que la avalan.
Es la primera novela que leo de Elvira Navarro, de forma que
no puedo hablar por el conjunto de su carrera, solo suponer.
La novela, en términos generales, no es demasiado
trascendente. En el primer capítulo hay un intento de narrativa original, pero
el uso de las dos primeras personas no se justifica, es incoherente con el
contenido de lo narrado; lo suyo habría sido el uso de una primera persona
[entre corchetes] y una tercera para la historia personal de Susana. Innovar
(si se puede llamar así) gratis sale caro. El relato que conforma el segundo
episodio, en mi opinión, no se justifica, es de relleno. Se hace mención a él
en las páginas que conforman la novela, pero no hacía falta para nada, en
términos narrativos o explicativos, incluirlo, especialmente cuando se trata de
un relato originalmente publicado en un periódico de tirada nacional (este
hecho aumenta la sensación de relleno). Al final hay un intento de vuelta de
tuerca unamínica que se queda en un quiero y no puedo y le deja a uno tal y
como estaba, igual que si tal vuelta de tuerca no hubiera tenido lugar, es
decir: impávido.
Lo que más he disfrutado son las certeras menciones a los
distintos aspectos de la labor del corrector editorial, y la ironía con la que
la autora trata las condiciones del trabajo diario, los cursos de coaching y las técnicas emprendedoras como el Win-Win, los
impagos, etc. Pero la empatía en este caso es forzosa, y no sé qué le parecerá
este contenido a un lector que es ajeno al mundo editorial y del trabajo
autónomo. Siempre pensé que el corrector, como trabajador aún más en la sombra
que el traductor, era un buen personaje para una novela. Elvira Navarro se ha
hecho con ello.
Por lo demás, un vacío, un gran vacío.
A lo largo de toda la lectura uno no se descuelga de la
impresión de que la autora, sin duda, domina el lenguaje, pero no se ha tomado
demasiado tiempo para pulirlo. El texto parece inacabado y poco depurado, no
como si la autora hubiera querido crear esa estética, que sería algo muy
distinto, sino como si se hubiera dado demasiada prisa.
No se trata, como podría concluirse del análisis anterior,
de un «quiero y no puedo», sino de un «quiero y no quiero», porque sí se
vislumbra que la autora puede de sobra. Lo que ocurre es que no se esfuerza, y
de ahí mi reflexión inicial.
Lamento que esto sea lo mejor que puedo decir sobre la única
novela escrita por una mujer que ha aparecido en la lista de las mejores
novelas del 2014 de El Cultural (con Babelia, el trabajo ha sido más fácil,
puesto que no aparece ninguna).
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