lunes, 2 de febrero de 2015

La trabajadora - Elvira Navarro

 
Acabo de leer la última novela de Elvira Navarrro, La trabajadora, en la que, por distintos motivos, había puesto grandes expectativas que no se han visto colmadas.



Hace poco, en algún sitio, escuché o leí que si quieres que alguien no prospere no tienes más que decirle que lo está haciendo todo estupendamente. Desde luego, es psicología básica que si se dice a alguien, durante toda su vida, que lo hace todo mal, se da lugar al desarrollo de una inseguridad pasmosa, de forma que lo contrario también puede tener sentido. Si una crítica positiva no deja espacio a campos para posibles mejoras, puede ser nociva para el desarrollo de la técnica y la creatividad del criticado que, para decirlo en términos que se entiendan fácilmente, tiene ante sí una alfombra roja para dormirse en los laureles.



Me pregunto si es eso lo que le ha ocurrido a Elvira Navarro, teniendo en cuenta su aparición en la revista Granta entre los autores «jóvenes» españoles más prometedores, así como el hecho de que El Cultural la mencionó en el 2013 como «una de las voces españolas con más futuro», según se recoge en la solapa del libro, además de los distintos premios que la avalan.



Es la primera novela que leo de Elvira Navarro, de forma que no puedo hablar por el conjunto de su carrera, solo suponer.



La novela, en términos generales, no es demasiado trascendente. En el primer capítulo hay un intento de narrativa original, pero el uso de las dos primeras personas no se justifica, es incoherente con el contenido de lo narrado; lo suyo habría sido el uso de una primera persona [entre corchetes] y una tercera para la historia personal de Susana. Innovar (si se puede llamar así) gratis sale caro. El relato que conforma el segundo episodio, en mi opinión, no se justifica, es de relleno. Se hace mención a él en las páginas que conforman la novela, pero no hacía falta para nada, en términos narrativos o explicativos, incluirlo, especialmente cuando se trata de un relato originalmente publicado en un periódico de tirada nacional (este hecho aumenta la sensación de relleno). Al final hay un intento de vuelta de tuerca unamínica que se queda en un quiero y no puedo y le deja a uno tal y como estaba, igual que si tal vuelta de tuerca no hubiera tenido lugar, es decir: impávido.



Lo que más he disfrutado son las certeras menciones a los distintos aspectos de la labor del corrector editorial, y la ironía con la que la autora trata las condiciones del trabajo diario, los cursos de coaching y las técnicas emprendedoras como el Win-Win, los impagos, etc. Pero la empatía en este caso es forzosa, y no sé qué le parecerá este contenido a un lector que es ajeno al mundo editorial y del trabajo autónomo. Siempre pensé que el corrector, como trabajador aún más en la sombra que el traductor, era un buen personaje para una novela. Elvira Navarro se ha hecho con ello.



Por lo demás, un vacío, un gran vacío.



A lo largo de toda la lectura uno no se descuelga de la impresión de que la autora, sin duda, domina el lenguaje, pero no se ha tomado demasiado tiempo para pulirlo. El texto parece inacabado y poco depurado, no como si la autora hubiera querido crear esa estética, que sería algo muy distinto, sino como si se hubiera dado demasiada prisa.



No se trata, como podría concluirse del análisis anterior, de un «quiero y no puedo», sino de un «quiero y no quiero», porque sí se vislumbra que la autora puede de sobra. Lo que ocurre es que no se esfuerza, y de ahí mi reflexión inicial.



Lamento que esto sea lo mejor que puedo decir sobre la única novela escrita por una mujer que ha aparecido en la lista de las mejores novelas del 2014 de El Cultural (con Babelia, el trabajo ha sido más fácil, puesto que no aparece ninguna).

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