Los nombres de los pueblos guatemaltecos jamás dejan de asombrarme. Son
todos como suaves cascadas o como gemidos eróticos de algún bello felino
o como bromas peripatéticas, depende. Ya de vuelta en la carretera,
pasé por Sumpango, y cada vez que paso por Sumpango y leo el rótulo que
dice Sumpango, me siento obligado a declamarlo en alto, Sumpango, pero
no sé por qué. Pasé por El Tejar (donde, por supuesto, hacen muchísimas
tejas) y por Chimaltenango y luego por Patzicía, que también tengo que
pronunciar cada vez que lo leo. Todos estos nombres poseen algún hechizo
lingüístico, pensé mientras manejaba y los iba entonando como pequeñas
plegarias. Quizás entre mis favoritos siempre han estado los tenangos,
es decir, Chichicastenango y Quetzaltenango y Momostenango y también
Huehuetenango, que me gustan como palabras, como lenguaje puro. Tenango,
según me han dicho, quiere decir lugar de, en cakchiquel o tal vez
kekchí. Luego está Totonicapán, cuyo sonido me hace pensar en buques
antiguos, y Sacatepéquez, que me recuerda a una mujer masturbándose.
Asimismo me encantan Nebaj y Chisec y Xuctzul, tan secos y crudos, casi
violentos, aunque jamás he estado en ninguno de ellos y a duras penas
podría ubicarlos en un mapa. Sin embargo, también hay pueblos con
nombres tan rústicos y vulgares, nombres ya prosaicamente
castellanizados como por ejemplo Bobos y Ojo De Agua y Pata Renca y, en
lo que ahora es territorio beliceño, Sal Si Puedes. Pero, en mi opinión,
el pueblo guatemalteco con el nombre más característico y más (o quizás
menos) creativo es sin duda El Estor, situado en la orilla del Lago de
Izabal y donde, hace un par de siglos, una familia de extranjeros tenía
tierras y fincas y una tienda muy famosas a la que todos los indígenas
locales le decían, copiándoles a los dueños, El Store. Por lo tanto, El
Estor. Supongo que los nombres de los pueblos guatemaltecos son, a fin
de cuentas, igual que su gente: una mezcla de sutiles vahos indígenas y
toscas frases de conquistadores españoles igualmente toscos y un
imperialismo draconiano que se impone de una manera irrisoria y brutal,
pero siempre recalcitrante.
–'El boxeador polaco', Eduardo Halfon.
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