martes, 12 de enero de 2016

pach 'un tzij

Los nombres de los pueblos guatemaltecos jamás dejan de asombrarme. Son todos como suaves cascadas o como gemidos eróticos de algún bello felino o como bromas peripatéticas, depende. Ya de vuelta en la carretera, pasé por Sumpango, y cada vez que paso por Sumpango y leo el rótulo que dice Sumpango, me siento obligado a declamarlo en alto, Sumpango, pero no sé por qué. Pasé por El Tejar (donde, por supuesto, hacen muchísimas tejas) y por Chimaltenango y luego por Patzicía, que también tengo que pronunciar cada vez que lo leo. Todos estos nombres poseen algún hechizo lingüístico, pensé mientras manejaba y los iba entonando como pequeñas plegarias. Quizás entre mis favoritos siempre han estado los tenangos, es decir, Chichicastenango y Quetzaltenango y Momostenango y también Huehuetenango, que me gustan como palabras, como lenguaje puro. Tenango, según me han dicho, quiere decir lugar de, en cakchiquel o tal vez kekchí. Luego está Totonicapán, cuyo sonido me hace pensar en buques antiguos, y Sacatepéquez, que me recuerda a una mujer masturbándose. Asimismo me encantan Nebaj y Chisec y Xuctzul, tan secos y crudos, casi violentos, aunque jamás he estado en ninguno de ellos y a duras penas podría ubicarlos en un mapa. Sin embargo, también hay pueblos con nombres tan rústicos y vulgares, nombres ya prosaicamente castellanizados como por ejemplo Bobos y Ojo De Agua y Pata Renca y, en lo que ahora es territorio beliceño, Sal Si Puedes. Pero, en mi opinión, el pueblo guatemalteco con el nombre más característico y más (o quizás menos) creativo es sin duda El Estor, situado en la orilla del Lago de Izabal y donde, hace un par de siglos, una familia de extranjeros tenía tierras y fincas y una tienda muy famosas a la que todos los indígenas locales le decían, copiándoles a los dueños, El Store. Por lo tanto, El Estor. Supongo que los nombres de los pueblos guatemaltecos son, a fin de cuentas, igual que su gente: una mezcla de sutiles vahos indígenas y toscas frases de conquistadores españoles igualmente toscos y un imperialismo draconiano que se impone de una manera irrisoria y brutal, pero siempre recalcitrante.

 –'El boxeador polaco', Eduardo Halfon.

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