martes, 31 de mayo de 2016

Hawk Falcon Halcón Azor Helen MacDonald H de Halcón

Helen MacDonald se ha ganado muy buenas críticas con el libro del que ahora vamos a hablar: H de Halcón y esa es precisamente la razón por la que me acerqué a él con esas expectativas que tantas veces pueden conducir al escepticismo al lector demasiado ilusionado; yo, aunque no soy de ese perfil de consumidor de cultura que se acerca a los trabajos bien valorados con la predisposición de desmantelarlos, sí es cierto que si comienzo a estimar que en el texto comienzo a localizar más puntos negativos de lo que sería deseable para una obra de la que tanto se prometía, me embarga un cierto malestar, me siento estafado y comienzo a no poder evitar el concentrarme en el resto de los puntos negativos que se puedan encontrar en adelante. No se trata de ninguna injusticia, sino más bien de una regresión a la media: Es normal que los libros que hayan recibido buenas críticas generalizadas reciban malas críticas más duras  que la media, pues son críticas que se realizan precisamente dentro de ese contexto y no como mundos aislados. Pues bien, yo no sé si diría que H de Halcón fue el mejor libro de su cosecha, pero sí hay que decir que es un buen libro. Su lectura me ha dejado, al menos, una sensación de satisfacción.

H de Halcón habla de una cetrera que, por una serie de circunstancias, decide adiestrar a un azor, una rapaz por la que en el pasado no había sentido especial atracción. El libro forma parte de una larga tradición de la que la propia Helen MacDonald da cuenta, haciendo especial hincapié en el libro El azor (The Goshawk), de T. H. White, en las razones que llevaron a su autor a escribir ese libro y en el proceso y los resultados de la escritura en su propia persona (le dedica, de hecho, todo el capítulo 4, aunque está presente a lo largo de todo el libro de MacDonald). Hay en todo esto, claro, una reflexión implícita sobre la propia obra (su lugar en la historia, el estado de la cuestión que se pretende tratar y la literatura precedente, las propias razones de la escritura y el modo en que se va a afrontar…) y, así, una serie de elementos típicos de de la metaliteratura. Pero no nos pongamos grandiclocuentes, Helen MacDonald, antes que indagar en las actitudes creativo-formales de los siglos XX/XXI, pretende, más probablemente, ser honesta con toda la tradición que la precede. De forma natural, se llegan a colar auténticas notas para el lector a este respecto: «Este libro que lees es mi historia. No es una biografía de Terence Hanbury White. Pero White es parte de mi historia». Parece claro que las intenciones de MacDonald son más enciclopédicas o archivísticas que metaliterarias y sus reflexiones se orientan más a la relación del ser humano con la naturaleza (con la externa y con la propia), al hecho de la doma de lo salvaje como acto de doma personal y al mismo tiempo como recuperación del contacto perdido con lo salvaje, la cetrería, las rapaces… que al fenómeno formal de la literatura, aunque ambos caminos, claro, confluyen. Esta naturalidad hace que dichos elementos no ahoguen a la obra, como ya pasa con los penúltimos libros paridos por esa serie de escritores academizantes que introducen una serie de elementos en sus textos como quien da una pirueta en la bici en mitad del recorrido, simplemente porque sabe o puede, por alarde.

Respecto al estilo, Helen MacDonald sabe dónde están sus límites o quizá es lo suficientemente humilde como para no tratar de traspasarlos para entrar en terrenos resbaladizos y, así, la sencillez de su prosa y de sus metáforas otorga a su escritura la forma de un texto fluido y luminoso; una frase tan contundente, lírica y concisa como «No pueden tocar el mundo, solo registrarlo» para hablar del trabajo de piloto, encierra en sí misma esa sensación de comprensión universal que transmiten los haikus clásicos.

Puede, quizá, que en algunos momentos caiga en un cierto exceso en lo emotivo y lírico, pero en lo general sale bien parada de la exploración sentimental del espíritu humano que lleva a cabo, lo que no suele ser el caso en este tipo de tratamientos.

Es de notar la opción de la traducción del título H is for Hawk como H de Halcón, lo que no deja de acarrear algunos problemas. En inglés existen la palabra falcon, con una vocación más taxonómica, y que sería el equivalente a nuestro 'halcón', y la palabra hawk, que se referiría más bien y hablando groso modo a una serie de características fisonómicas que asemejarían a ciertas aves rapaces. Para los ingleses un azor es un hawk, pero para los hispanoparlantes un azor no es un halcón. De hecho esta diferencia sí se recoge en el grueso del texto traducido, como cuando la autora se mantiene en la convicción de adiestrar a un azor frente a la posibilidad de un halcón que le propone su amigo Stuart (aunque es inevitable que se incurra en alguna contradicción chocante, precisamente por la complicación terminológica, ya que en otros extractos, sin embargo, se refiere a los azores como halcones, sea implícita o explícitamente). Sea cual sea la razón por la que se optó por este título, no se debe al azar y es probable que responda a criterios de la editorial, pues el cetrero Carlos Galindo se encargó de la revisión técnica de la traducción, a cargo de Joan Eloi Roca, gracias a quien podemos disfrutar de la prosa que arriba describíamos. Se trata de una traducción (o mejor dicho, de un texto, pues no la he cotejado con el original) cuidado y trabajado; si uno se pone a buscar alguna cosa que no cuadre, seguramente la encontrará, ¿pero existe alguna obra de más de 300 páginas, sea traducción u original, en la que cada frase cuadre, en la que la prosa no tenga momentos de debilidad? Yo, que conozco pocos fenómenos perfectos, lo dudo.

De los correctores de estilo y/u ortotipografía que también hayan puesto su granito de arena, nada sabemos.

Me he manejado con la segunda edición y algunos errores que se pueden apuntar para mejorar en las futuras son:

- «[…] protegerʄ a mi azor», en la página 136;

- «Admira al azor malditamente a fondo», en la página 149;

- «Me ignorándome», en la página 305;

- «Está sentada en mi sofá enrollándose [por ‘liándose’] un cigarrillo».

Buen libro.

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