sábado, 22 de septiembre de 2018

los pantanos de la tristeza


Este 2018 es un año mejor gracias a la intervención de Dopethrone en forma de deux ex machina del pantano con su Transcanadian Anger, y ojo al dato con el título, ¿o quién creía que el recurso a la intertextualidad era cosa de literatos refinados? Música psicópata que, como toda la escuela sludge, tiene un pie en el doom, otro en el hardcore y otro en el thrash (¿tres pies?, bueno, recordemos que todo esto va regado con whisky a espuertas y envuelto en el humo de la marihuana más psicodélica). Teniendo en cuenta que, más que un camino lineal marcado por la evolución y la mejora comparativa, el conjunto de la obra de Dopethrone conforma un todo orgánico, antes que comparar Transcanadian Anger a los anteriores trabajos del grupo en términos de mejoría cualitativa, habría que hacerlo en virtud de su consistencia, y lo cierto es que este último álbum de Dopethrone se integra perfectamente en la conversación circular con la inmundicia de la psiche humana que llevan sosteniendo desde por lo menos 2009, con aquel lejano Demonsmoke. Ni nos damos cuenta de que pasa el tiempo y ya estamos ante unos clásicos. Distorsión a tope, cadencias pesadas, arrastradas y machaconas, voces desquiciadas, odio y psicodelia. Vale la pena echar la vista atrás y escucharse esta discografía de principio a fin. Coherencia, lo llaman.

Por los caminos del pantanoso doom también desfilan Conan, que este año vuelven para reanimar a las huestes de la oscuridad adormecidas con Existential Void Guardian. Lo cierto es que, al menos para quien suscribe, no habían ofrecido nada auténticamente poderoso desde aquel glorioso Monnos (2012), con alguna excepción aquí y allá, como el tema Beheaded, del split con Bongripper. Por supuesto, no es que los trabajos que hayan sacado desde entonces sean malos, pero no cumplían lo prometido en 2012 y estaban lejos de ser destacables, configurándose en una especie de hermanos pequeños de High on Fire, más crusterizados, con momentos mucho más arrastrados y con menos ramalazos del rollo jebiorro de toda la vida. El caso es que, con este nuevo trabajo, parece que dejan de ser el quiero y no puedo (o quiero y no acabo de llegar) que parecían estar abocados a ser en los últimos años y nos entregan un puñado de temas que lo petan bastante en su consabida mezcla de épica, distorsión, pesadez cañera y oscuridad. El tema de adelanto, Volt Thrower, me había dejado un poco como estaba; es decir, que está bien pero no hacía predecir algo grandioso, sino lo mismo de siempre (aunque se marcaron un videoclip de homenaje a Ralph Bakshi que lo peta hasta límites insospechados), pero cuando se escuchan todos los temas, a poder ser del tirón, que es como tienen más sentido este tipo de música (lo mismo va para lo de Dopethrone, puede que incluso más aún), la cosa cambia, y ya se percibe que Conan pusieron toda la carne en el asador para este trabajo, o bien tuvieron mucha potra, puesto que vuelve a ponerlos en primera fila. Jebi doom garrulo del siglo XXI con referencias estéticas, aparte de en el mentado clip, a El señor de los anillos, pero que nadie se asuste, nada de elfos, princesas, melancolías empalagosas, colorines, trajes de finas sedas o cancionero popular hobbit; Conan no están aquí para cantarnos la canción de Tom Bombadil, sino para rebanar cabezas: aquí, orcos, nazgul, castillos oscuros, guerra, sangre, oscuridad, muerte, destrucción, cráneos destrozados y, en definitiva, lo único y todo lo bueno que se salva de la espada y brujería una vez pasada la adolescencia. La portada, con el ejército de las sombras preparado para limpiar la Tierra Media de basura empalagosa (que nos remite en cierto modo a la del In the Nightside Eclipse, pero sin las risas) nos da el tono. Para gosarlo; en una escala del 1 al 10, cunde bastante.

Siguiendo por los mismos senderos, este año parece un buen año para fumar marihuana, ya que tanto High on Fire como Sleep están de regreso. De los primeros, aún está por salir el álbum (octubre), pero salió un tema de adelanto, Electric Messiah, en el que nos los encontramos más motorheadizados que nunca. Con respecto a Sleep, da un poco de miedo que se carguen su propia leyenda, como suele ocurrir con las reuniones, pero si la mejor banda del punto mundo en un estilo que me gusta fuera mía, también la resucitaría de vez en cuando. Sleep llegaron a su pico con Jerusalem / Dopesmoker y crearon un puto estilo (por mucho que se asocie a Teeth of Lions Rule the Divine al drone, dudo mucho que una cosa tan inmensa como el Rampton hubiese nacido sin la previa intervención de Pike y compañía), y hoy por hoy con ellos tenemos lo que tenemos, sin sorpresas pero sin decepciones (pero sin actitudes acomodaticias tampoco, ojo). Cualquiera que disfrute con el riffeo masivo, con el legado de Black Sabbath y con la música con letras mayúsculas en general, disfrutará de este trabajo de Sleep, que, como quien dice, prácticamente cagan oro. Además, su regreso no significa la desaparición o la puesta en espera de los imprescindibles proyectos paralelos de sus componentes, como pone de relieve el mencionado trabajo de High on Fire. También sacaron este año un tema en forma de sencillo, titulado Leagues Beneath, 16:51 minutos de enmarañada distorsión metálica y marijuánica como solo ellos y  nadie más podrían hacerlo, mucho más centrado en los riffs masivos y sin los ramalazos de rock progresivo de los 60/70 que aparecen aquí y allí en el largo. Hay gente que va muy fumada a los conciertos de esta gente y yo creo que eso solo puede hacer daño al selebro.

Y otros que vuelven este año son los garrulos de Bongripper. Al igual que Sleep con Jersualem / Dopesmoker, el grupo ya llegó a su pico con Satan Worshiping Doom (2010 nada menos). Desde entonces fueron haciendo cosas interesantes, como el EP Sex Tape/Snuff Film o el largo Miserable, siempre con mucha solvencia pero sin volver a alcanzar esa cota de grandeza. Ahora pasó más tiempo (4 años desde Miserable) y quizá también quedaron superados aquellos años en que aparecían grupos de doom/sludge/drone/hostias en vinagre hasta debajo de las piedras, y las cotas de calidad, así como la saturación de estos sonidos, estaba muy muy alta. Después de todo aquel ruido, cuando tantos son ya polvo y ceniza o viven de tocar en festivales y sacar discos de mierda para cumplir, Bongripper siguen en pie, aquí con nosotros, preparados para seguir dejándonos pepinazos para el mañana. La verdad que a mí este Terminal me parece un disco grandioso, bestial y puro. Básicamente sigue siendo lo mismo: largas canciones con riffs intensos y lacerantes y ninguna espacio para las voces, que siguen siendo inexistentes (y esto es otro mérito, porque al final, las voces son un recurso muy socorrido para disimular riffs previsibles y aburridos o para enganchar al oyente en momentos musicalmente bajos, pero la música de Bongripper engancha por sí sola, a pesar de que tampoco hace precisamente concesiones a la comercialidad). Mientras que Miserable era un gran disco que, sin embargo, se quedaba a la sombra de Satan Worshiping Doom, aquí, el grupo juega con nuevos elementos, diría yo que con mayor espacio para la emocionalidad sonora y habiendo elaborado, en general, un trabajo más luminoso, menos deprimente y más mayestático, por decirlo así, potenciando para ello elementos ya existentes en su sonido y sin dejar de ser propia y genuinamente ellos, y sin olvidarnos de que usemos los adjetivos que usemos para describir las particularidades de este nuevo trabajo, aquí estamos hablando de doom (de doom, de sludge, de lo que se quiera, pero nos entendemos), es decir, de oscuridad, desaliento, angustia, demencia, podredumbre psicológica en general; Bongripper siguen siendo Bongripper y nada más que Bongripper, pero en lugar de conformarse con hacer otro álbum e incluso de conformarse con hacer otro gran álbum, se exploran un poco más a sí mismos.

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