Este 2018 es un año mejor gracias a la intervención de
Dopethrone en forma de deux ex machina
del pantano con su Transcanadian Anger,
y ojo al dato con el título, ¿o quién creía que el recurso a la
intertextualidad era cosa de literatos refinados? Música psicópata que, como
toda la escuela sludge, tiene un pie en el doom, otro en el hardcore y otro en
el thrash (¿tres pies?, bueno, recordemos que todo esto va regado con whisky a
espuertas y envuelto en el humo de la marihuana más psicodélica). Teniendo en
cuenta que, más que un camino lineal marcado por la evolución y la mejora
comparativa, el conjunto de la obra de Dopethrone conforma un todo orgánico,
antes que comparar Transcanadian Anger
a los anteriores trabajos del grupo en términos de mejoría cualitativa, habría
que hacerlo en virtud de su consistencia, y lo cierto es que este último álbum
de Dopethrone se integra perfectamente en la conversación circular con la
inmundicia de la psiche humana que llevan sosteniendo desde por lo menos 2009,
con aquel lejano Demonsmoke. Ni nos
damos cuenta de que pasa el tiempo y ya estamos ante unos clásicos. Distorsión
a tope, cadencias pesadas, arrastradas y machaconas, voces desquiciadas, odio y
psicodelia. Vale la pena echar la vista atrás y escucharse esta discografía de
principio a fin. Coherencia, lo llaman.
Por los caminos del pantanoso doom también desfilan Conan,
que este año vuelven para reanimar a las huestes de la oscuridad adormecidas
con Existential Void Guardian. Lo
cierto es que, al menos para quien suscribe, no habían ofrecido nada auténticamente
poderoso desde aquel glorioso Monnos (2012),
con alguna excepción aquí y allá, como el tema Beheaded, del split con Bongripper. Por supuesto, no es que los
trabajos que hayan sacado desde entonces sean malos, pero no cumplían lo
prometido en 2012 y estaban lejos de ser destacables, configurándose en una
especie de hermanos pequeños de High on Fire, más crusterizados, con momentos
mucho más arrastrados y con menos ramalazos del rollo jebiorro de toda la vida.
El caso es que, con este nuevo trabajo, parece que dejan de ser el quiero y no
puedo (o quiero y no acabo de llegar) que parecían estar abocados a ser en los
últimos años y nos entregan un puñado de temas que lo petan bastante en su
consabida mezcla de épica, distorsión, pesadez cañera y oscuridad. El tema de
adelanto, Volt Thrower, me había
dejado un poco como estaba; es decir, que está bien pero no hacía predecir algo
grandioso, sino lo mismo de siempre (aunque se marcaron un videoclip de
homenaje a Ralph Bakshi que lo peta hasta límites insospechados), pero cuando
se escuchan todos los temas, a poder ser del tirón, que es como tienen más
sentido este tipo de música (lo mismo va para lo de Dopethrone, puede que
incluso más aún), la cosa cambia, y ya se percibe que Conan pusieron toda la
carne en el asador para este trabajo, o bien tuvieron mucha potra, puesto que
vuelve a ponerlos en primera fila. Jebi doom garrulo del siglo XXI con
referencias estéticas, aparte de en el mentado clip, a El señor de los anillos, pero que nadie se asuste, nada de elfos,
princesas, melancolías empalagosas, colorines, trajes de finas sedas o
cancionero popular hobbit; Conan no están aquí para cantarnos la canción de Tom
Bombadil, sino para rebanar cabezas: aquí, orcos, nazgul, castillos oscuros,
guerra, sangre, oscuridad, muerte, destrucción, cráneos destrozados y, en
definitiva, lo único y todo lo bueno que se salva de la espada y brujería una
vez pasada la adolescencia. La portada, con el ejército de las sombras
preparado para limpiar la Tierra Media de basura empalagosa (que nos remite en
cierto modo a la del In the Nightside
Eclipse, pero sin las risas) nos da el tono. Para gosarlo; en una escala
del 1 al 10, cunde bastante.
Siguiendo por los mismos senderos, este año parece un buen
año para fumar marihuana, ya que tanto High on Fire como Sleep están de
regreso. De los primeros, aún está por salir el álbum (octubre), pero salió un
tema de adelanto, Electric Messiah,
en el que nos los encontramos más motorheadizados que nunca. Con respecto a
Sleep, da un poco de miedo que se carguen su propia leyenda, como suele ocurrir
con las reuniones, pero si la mejor banda del punto mundo en un estilo que me
gusta fuera mía, también la resucitaría de vez en cuando. Sleep llegaron a su
pico con Jerusalem / Dopesmoker y crearon un puto estilo (por
mucho que se asocie a Teeth of Lions Rule the Divine al drone, dudo mucho que
una cosa tan inmensa como el Rampton
hubiese nacido sin la previa intervención de Pike y compañía), y hoy por hoy
con ellos tenemos lo que tenemos, sin sorpresas pero sin decepciones (pero sin
actitudes acomodaticias tampoco, ojo). Cualquiera que disfrute con el riffeo masivo, con
el legado de Black Sabbath y con la música con letras mayúsculas en general,
disfrutará de este trabajo de Sleep, que, como quien dice, prácticamente cagan oro.
Además, su regreso no significa la desaparición o la puesta en espera de los
imprescindibles proyectos paralelos de sus componentes, como pone de relieve el
mencionado trabajo de High on Fire. También sacaron este año un tema en forma
de sencillo, titulado Leagues Beneath,
16:51 minutos de enmarañada distorsión metálica y marijuánica como solo ellos
y nadie más podrían hacerlo, mucho más
centrado en los riffs masivos y sin los ramalazos de rock progresivo de los
60/70 que aparecen aquí y allí en el largo. Hay gente que va muy fumada a los
conciertos de esta gente y yo creo que eso solo puede hacer daño al selebro.
Y otros que vuelven este año son los garrulos de Bongripper.
Al igual que Sleep con Jersualem / Dopesmoker, el grupo ya llegó a su pico
con Satan Worshiping Doom (2010 nada
menos). Desde entonces fueron haciendo cosas interesantes, como el EP Sex Tape/Snuff Film o el largo Miserable, siempre con mucha solvencia
pero sin volver a alcanzar esa cota de grandeza. Ahora pasó más tiempo (4 años
desde Miserable) y quizá también
quedaron superados aquellos años en que aparecían grupos de
doom/sludge/drone/hostias en vinagre hasta debajo de las piedras, y las cotas
de calidad, así como la saturación de estos sonidos, estaba muy muy alta.
Después de todo aquel ruido, cuando tantos son ya polvo y ceniza o viven de
tocar en festivales y sacar discos de mierda para cumplir, Bongripper siguen en
pie, aquí con nosotros, preparados para seguir dejándonos pepinazos para el
mañana. La verdad que a mí este Terminal
me parece un disco grandioso, bestial y puro. Básicamente sigue siendo lo
mismo: largas canciones con riffs intensos y lacerantes y ninguna espacio para
las voces, que siguen siendo inexistentes (y esto es otro mérito, porque al
final, las voces son un recurso muy socorrido para disimular riffs previsibles
y aburridos o para enganchar al oyente en momentos musicalmente bajos, pero la
música de Bongripper engancha por sí sola, a pesar de que tampoco hace
precisamente concesiones a la comercialidad). Mientras que Miserable era un gran disco que, sin embargo, se quedaba a la sombra
de Satan Worshiping Doom, aquí, el
grupo juega con nuevos elementos, diría yo que con mayor espacio para la
emocionalidad sonora y habiendo elaborado, en general, un trabajo más luminoso,
menos deprimente y más mayestático, por decirlo así, potenciando para ello
elementos ya existentes en su sonido y sin dejar de ser propia y genuinamente
ellos, y sin olvidarnos de que usemos los adjetivos que usemos para describir
las particularidades de este nuevo trabajo, aquí estamos hablando de doom (de
doom, de sludge, de lo que se quiera, pero nos entendemos), es decir, de
oscuridad, desaliento, angustia, demencia, podredumbre psicológica en general;
Bongripper siguen siendo Bongripper y nada más que Bongripper, pero en lugar de
conformarse con hacer otro álbum e incluso de conformarse con hacer otro gran
álbum, se exploran un poco más a sí mismos.
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