Acabo de leer no hace mucho El encantador - Nabokov y la felicidad
de Lila Azam Zanganeh; autora, creo yo, poco conocida, a pesar de que cuenta
con un cierto estatus, con apariciones, por ejemplo, en la revista Granta.
Cuando supe de la existencia de esta obra,
despertó en mí una gran curiosidad. Por cuestiones de la vida, pasó bastante
tiempo hasta que pude satisfacerla, por lo que bien merece una reseña.
En fin, lo primero y más importante (y
también general) que se puede decir sobre este libro, es que sus virtudes son
sus defectos; lo mismo que lo convierte en un libro remarcable, es lo que hace
que jamás pueda llegar a ser un libro importante, una gran obra.
¿Y en qué categoría incluiríamos a esta
curiosa obra? Se puede pensar en el ensayo, pero aquí y allá se habla de
novela. Lo cierto es que los juegos formales y las intenciones estilísticas,
que en la mayor parte de la obra se superponen a las de narración histórica o
de teoría de la literatura en el sentido más cientifista del término. Por lo
tanto, si hay que elegir, novela, sin duda, igual que se consideran novelas La hora violeta, Limónov o Sarinagara. En
torno a todas ellas se plantea el debate de qué es novela y qué no es y cuando
la novela deja de ser novela para pasar a ser otra cosa; pero finalmente son
todas ellas catalogadas como novelas y en este ámbito se lleva a cabo su
crítica y análisis.
Pues eso es el libro de Lila Azam Zanganeh, en el que se parte de la tesis de que la estética de Nabokov tiene como epicentro a la felicidad misma, la joie de vivre que diría un parisino. Y en el desarrollo de semejante presupuesto, la autora nos presenta 15 capítulos que se pueden leer en cualquier orden y que retratarían un territorio específico y distinto de la felicidad (y para ser más exactos, de la felicidad nabokoviana), cuya localización exacta viene recogida en un mapa en las primeras páginas. Además, cada capítulo viene acompañado de una explicación entre paréntesis, como los capítulos de Don Quijote u otras obras antiguas, tipo: «Capítulo 10: Abril en Arizona (En que el autor descubre unos Estados Unidos de ensueño y al lector le conceden una entrevista exclusiva)». Y por si hace falta obviarlo, recojo a continuación uno de los ejemplos que me hacen remitirme al Quijote: «Capítulo Tercero. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero».
Por lo demás, la autora juega con las tipografías, la composición de las páginas; incluye dibujos, montajes fotográficos, fotografías a secas, una entrevista falsa al autor… También, el libro incluye en su recorrido una reflexión o un relato de su propio proceso de gestación.
Y por esto mismo digo que sus virtudes se encuentran en el mismo punto en que están sus defectos. Los juegos de forma están muy bien, pero sin duda un libro así es demasiado propicio para los mismos, demasiado fáciles, casi no necesitan ni justificación, con lo que lo que podría pretender pasar por un gran ingenio literario se queda en un mero juego, literalmente un juego, y no digo que haya nada de malo en un juego, ni siquiera en uno literal (y literario), solo mido las cosas por lo que son, sobre todo ante la tentación de medirlas por mucho más
Otra cuestión importante es la de las
obras que hablan de literatura o de otros escritores. Si todo lo que hay en un
libro es estilo y reflexiones literarias, tengo la impresión (y aquí estoy
generalizando a raíz de esta lectura, no diciendo que las condiciones que
siguen se den necesariamente en ellas) de que a) el escritor le ofrece su
desprecio al mundo (mucho más que un David Foster Wallace, por mucho que les
pese a los nuevos intelectualizadores de la simplicidad, a pesar de conseguir
un producto mucho más legible —porque, ojo, El
encantador se lee muy bien y es muy ameno—); b) tiene estilo y sabe de
literatura pero no consigue ninguna buena coartada para poner todo eso a
trabajar, así que recurre a un tema que conoce muy bien, en este caso, otro
escritor: Nabokov; c) que el autor no solo no tiene material para hacer
literatura-literatura en lugar de literatura-ensayo sino que además no tiene
material para hacer ensayo-ensayo.
En definitiva, que hay algo de boutade involuntaria en todo esto.
Sé que lo expuesto es cagarme
indirectamente en dos autores de tanto renombre como Emmanuel Carrère (con su Limónov) o
Vila-Matas. La verdad es que tengo que confesar que en Carrère no me importa cagarme un poco, sin que eso sea óbice para admitir que el hombre tenga talento. Lo de Vila-Matas lo debo sopesar, porque me parece
un paisano muy grande (en el sentido figurado, se entiende); quizá Vila-Matas sea una de esas figuras cuyo valor reside más en su papel de pensador y guardián de la literatura que en el de creador, y a lo mejor por eso la crítica realizada no le salpicaría tanto (y de paso me libro de un plumazo de incurrir en contradicciones).
No digo, por supuesto, que tenga un veto
sobre la literatura que habla de literatura o de literatos en cualquier caso, sino una postura
frente a elegir la literatura sobre literatura como opción estética o material
general de trabajo.
Se me ocurre ahora que esta clase de literatura
me transmite también unas ciertas pereza y autocomplacencia.
Lo que para mí sí es un defecto grave de
este libro en concreto es que contiene demasiadas citas del propio Nabokov. A
veces, uno tiene la impresión de que los contenidos más interesantes de un
capítulo dado son aquellas, algo que sí puede considerarse grave para un autor
que pretende hacer un trabajo de envergadura en el campo literario.
Por supuesto, se trata de una lectura
obligatoria para cualquier devoto de Nabokov (mis reflexiones sobre el autor
las dejo para otro día, porque bastantes rituales vudú me habré ganado ya con
esta crítica) y también para quien disfrute en mayor o menor medida de los
juegos formales. Por lo demás, Lila Azam Zanganeh merece tantas oportunidades
como los autores antes mencionados y si no se enfrasca en esta suerte de
metaliteratura ensayística, creo yo que puede ir muy lejos (y, obviamente, no
estoy utilizando el término ir «lejos» según los criterios economicistas
habituales).
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